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Estoy acostumbrada a que mi vida sean fiestas y más fiestas desde que Guillermo y yo nos mudamos a Madrid.

Sus nuevos amigos se desviven por las fiestas y esta especialmente es muy importante gracias a que esta noche ellos celebran el final de las grabaciones. Se van a seguir viendo pero pues la exageración es máxima.

Cosas que nunca voy a entender.

Sostengo un vaso de vodka en mis manos mientras veo a Guillermo bailar muy cerca de Andrea. Y a David jugar a la batalla de shots con Jennifer y dos chicos desconocidos más.

—¡Gané, perras! —Jennifer levanta su vaso vacío.— ¿Y mi premio?

Lo único que obtiene a cambio es los reproches del resto. Lanzo una carcajada mientras le doy un nuevo sorbo a mi vaso.

Hace mucho calor.

Me doy aire con la mano, pido un vaso de agua con hielo y me termino el vodka antes de tomar el agua.

Bebo casi todo el contenido de golpe y dejó el vaso sobre la barra antes de levantarme y caminar hacia el baño.

Odio que en un determinado momento de la noche dejas de ser bonita e inalcanzable y pasas a ser un ser sudado y agitado.

—¡Guapa!

Asustada doy un respingo en mi lugar y volteo dispuesta a golpear al que me ha tomado de la cintura. Pero reconozco el familiar rostro de Agustín y mi gesto se relaja.

Golpeo su hombro y él se ríe besando mi mejilla.

—Pero que lindo verte, hace un año y más que no te veía ni la sombra en Granada. —dice en mi oído. Asiento.— ¿Dónde estabas, eh?

—Aquí en Madrid, he estado viviendo con Guillermo desde hace un año. —rasco mi frente.— ¿Con quién estás?

—Con Nicole, Carla y Ruggero.

—Ah, la Trinidad del mal. —hago un gesto de fastidio.— Ya vete antes de que noten que estás conmigo.

—¿Ya no somos la santísima Trinidad?

—Ni jodiendo ustedes se convierten en eso una vez más. Ahora ustedes son el santísimo dúo porque Maxi y tú son geniales, pero ese hijo de puta...

—Vaya, sí que estás herida.

—¿Y qué querías que hiciera? ¿Qué le aplaudiera la confianza más pendeja que le dio a la recién llegada? Podré ser de todo, menos mentirosa, hipócrita y manipuladora como ese pendejo me dijo.

—Bueno, no soy nadie para divulgar secretos, pero yo tengo otra versión de la historia.

—No la quiero escuchar. —niego se inmediato. Él se ríe.

—Tuvo que irse toda una semana con sus padres para aclarar su mente. Y...

—No.

Cubro mis orejas con mis manos, él se ríe retirándolas y acercándose a mi oído.

—Llegó a mi departamento, y lloró como un bebé porque lo único que quería hacer es ir a buscarte y pedirte perdón.

Esas palabras causan un cosquilleo en mi estómago que ignoro mientras me alejo riendo.

—Sí, y luego tú le preparaste un té y juntos vieron películas de romance para olvidar su tristeza.

—No. Escondí todo el alcohol que tenía en casa y estuve dos horas escuchando lo mucho que le dolía haberte hablado de esa manera y las ganas que tenía de llamarte.

Inapropiadamente PeligrosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora