Capítulo 8: Bosque Prohibido

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Narra Adeline York:

Bueno, me atrapó. No fue planeado caerme del árbol, pero no iba a reconocer ese error frente a él. Acaba de demostrarme que sí me salvaría. En los primeros segundos de mi caída, logre ver sus profundos ojos preocupados. ¿Le preocupo a esa serpiente de corazón frío? Es sorpresivo. Pensé que me despreciaba por ser hija de muggles. Pensé que, para él, "no merecía vivir" por ser una sangre sucia. Puede que esté empezando a cambiar.

Ahora me dirigía al aula de pociones. No sabía si tenía tutoría o no. Si no tenía, aprovecharía para ir al bosque prohibido a ver el espectáculo que dan los unicornios a la luz de la luna. Abrí la puerta y vi todo oscuro. No había nadie.

-Al parecer hoy no tenemos tutoría... -murmuré para mi misma y me fui en dirección a la torre de astronomía. Me sentía extraña, sentía como si hubiese alguien conmigo. Escuché un siseo que me sorprendió y me di vuelta. Un par de gigantes ojos me observaron y vi todo negro-

Narra Tom Riddle:

Mierda, mierda, mierda. El basilisco petrificó a Adeline. ¡No tenía que petrificarla a ella! Me puse nervioso, mi corazón latía muy rápido. Ella tenía una expresión asustada que odié con todo mi ser. Yo no quería verla asustada. A mi me gustaba verla reír.

Le ordené al basilisco volver a la cámara y llevé a Adeline con magia al aula de Pociones. ¿Qué hacía ella en el pasillo a ésta hora? ¡Se suponía que los fines de semanas no había tutoría! Tuve suerte de que un despistado fantasma flotara entre ellos antes de que se vieran, sino... habría muerto. El fantasma no se percató de ninguno de los dos. Había pasado flotando de un extremo al otro con gran rapidez.

Encendí el caldero y preparé el zumo de mandrágora que inventé el otro día. Había petrificado a varios animales y experimentado diferentes pociones hasta dar con la definitiva. Mientras esperaba a que terminara de prepararse la poción, miré a Adeline. Me dolía el pecho verla así de asustada. Sus ojos verdes no tenían el brillo que suele tener. Sus labios entreabiertos no tenían el rosado color natural de siempre. Era como un cadáver. Y eso no me gustaba. El cadáver de Adeline... ¡Cielos! ¡No! ¿Por qué me entristece pensar en que pudo morir? ¿Por qué la salvé inconscientemente cuando se cayó del árbol? ¿Por qué no la dejo morir ahora? ¿Qué es ese estúpido movimiento en mi estómago cada vez que veo su cabello rubio, sus ojos esmeralda y sus perfectos labios? ¿Qué le está pasando al heredero de Slytherin?

La recosté en el suelo, dura e inflexible, y me arrodillé al lado de su cuerpo. Agarré la poción y la metí en su boca. Esperé unos segundos y comenzó a tomar color y movimiento. Parpadeó y respiró agitada. Se sentó bruscamente y miró para todos lados. La agarré de los hombros, estaban tensos, su mirada estaba alerta, sus manos estaban hechas puño, dispuesta a pelear. ¿Por qué no saca la varita?

-¿Dónde de está? -dijo nerviosa. No me prestaba ni la mas mínima atención- ¿Dónde está esa serpiente gigante? -chilló y comenzó a derramar algunas lágrimas-

-Tranquila, no sé de lo que hablas. -dije. Ella me miró y me abrazó-

-Era enorme, Tom. -sollozó. Yo no sabía qué hacer. Nunca antes había consolado a alguien-

-Debes haberlo imaginado, Adeline. Llegaste aquí y te desmayaste en la puerta. -mentí-

-Juro que la vi. -dijo entre llantos- Era terrorífica. -la rodeé con los brazos y le acaricié la espalda-

-Fue sólo una pesadilla... -murmuré- Estás a salvo. No existe tal cosa. -pasé la mano por su cabello. Era tan suave como me lo imaginé y como se lo veía. Nunca había sentido tanta calidez en un abrazo. Siempre que me abrazaban era tan falsamente que daba frío-

El comienzo de Tom RiddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora