Lysa

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                   LA MAÑANA EN la que Lysa Tully se atrevió a aparecer en el Nido fue una mañana gélida, en la que en mitad del día comenzó a llover con fuerza

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                   LA MAÑANA EN la que Lysa Tully se atrevió a aparecer en el Nido fue una mañana gélida, en la que en mitad del día comenzó a llover con fuerza. Los soldados avisaron nada más avistarles a lo lejos. Como pedí, únicamente ella entró, mientras su engendro se quedó afuera, custodiado por unos guardias. Yo la esperaba en la Sala del Trono, sentada en mi lugar observando la puerta con odio. Cuando las puertas se abrieron, permanecí neutral, erguida en mi Trono.

— Mi Señora, Lady Lysa está aquí – Informó un soldado arrodillándose ante mí.

           Con un asentimiento bastó para que la hicieran pasar. Y, pronto, divisé su pobre cabello rojizo entrar en la Sala. El tiempo no le había hecho justicia, tenía la piel ligeramente arrugada y grasienta, y su vestido parecían arapos cosidos entre ellos. Si no supiera quién era, me hubiera parecido una mendiga de Pentos.

— Lady Aemma – Pronunció educadamente, haciendo una reverencia que acabó dejándola postrada en sus rodillas.

— Dejadnos a solas – Ordené alzando la voz y, sin quererlo, soné enfadada.

             Me alcé del Trono y comencé a bajar las escaleras para acercarme a ella. Ella se puso en pie rápidamente, alerta. Me miraba con temor en sus ojos. Y, no era para menos, la última vez que nos vimos atenté contra su vida.

— ¿Qué haces aquí? – Pregunté dominante, observándola con severidad, intimidándola.

— Yo – Se quedó callada intentando buscar una respuesta —... Busco tu caridad para esta pobre mujer y su pobre hijo.

— Un hijo que deseaste ocupara mi lugar – Correjí firme —, ¿me equivoco?

— Pero ya no es así – Aseguró rápidamente, nerviosa —, de verdad que no. Respetamos tu lugar y no queremos causarte ningún daño.

— Bien – Asentí cortamente.

— Tengo algo que decirte – Habló bajando su voz, mirando neurótica a todos lados. Claramente asustada, por lo que, confundida, le presté mayor atención —, tu padre no ha muerto por causas naturales. Le han envenenado.

             Alcé una ceja con incredulidad, intentando descifrar sus intenciones.

— Lysa, no juegues con eso – Le advertí rápidamente.

— Te lo juro por la vida de mi hijo – Habló casi interrumpiéndome, atragantándose con sus propias palabras. Parecía querer decir más de lo que podía —. Tu padre estaba investigando algo muy secreto. Yo estaba cuando falleció, y te juro por la vida de mi hijo que fue envenenado.

— No necesitas todo esto para pedir una habitación aquí – Aseguré tranquilamente, intentando ignorar su locura.

— No lo hago – Me recriminó.

— Entonces, ¿qué quieres? – Pregunté comenzando a frustrarme.

— Quiero que nos protejas de quien cometió un crimen como ese.

                 Me dí media vuelta, pensativa, y comencé a subir nuevamente las escaleras. El rostro de Lysa mostró auténtico temor, que me hizo llegar a creerle en parte. No sabía qué hacer. Pero no podía negarle un hogar a la esposa de mi difunto padre y a su hijo, quien era mi hermano. Y, por lo que había escuchado, tenía problemas de salud. Aunque tampoco confiaba en que ellos se quedaran aquí. Estaba convencida de que conspirarían en mi contra. Sin embargo, estaba segura de que Sharra podía tenerlo todo bajo control. Que ella se asegure de esto.

— Está bien – Pronuncié sentándome nuevamente en mi Trono —. Os quedaréis aquí – Ví cómo sus ojos brillaron y, nuevamente se arrodiló, dándome las gracias —, por ahora. El mínimo problema que me causéis, abandonaréis el Nido y os buscaréis vuestra propia fortuna.









                 LA ESTANCIA DE Lysa y su hijo no era tan molesta como imaginaba que iba a ser

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                 LA ESTANCIA DE Lysa y su hijo no era tan molesta como imaginaba que iba a ser. Ambos se habían mantenido distantes de nosotros, lo cual agradecía. Pero, aún así, sentía curiosidad por ver el rostro del único hijo varón de mi padre. Y todavía más curiosidad sobre su enfermedad. Por lo que, tres días después de que llegaran, me presenté en sus habitaciones para conocerle. Entré sin pedir permiso y ambos estaban sentados a los pies de la cama, el crío sentado sobre el regazo de Lysa.

— ¿Es un mal momento? – Pregunté educada, echando un pequeño vistazo alrededor.

— No, adelante – Respondió Lysa esbozando una sonrisa nerviosa.

           Sonriendo, tomé asiento frente a ellos, en una silla bastante incómoda.

— ¿Cómo te llamas? – Pregunté mirando al niño, intentando sonar amigable.

          Él tímidamente se giro a mirar a su madre, quien le asintió sonriéndole. El crío se giró a mirarme.

— Robin – Respondió.

— Yo soy Aemma – Me presenté.

— Lo sé – Me dijo —, Padre siempre hablaba de tí.

           Noté en su voz mucha debilidad, como si hacer aquello le costara mucho esfuerzo.

— ¿De mí? – Pregunté sorprendida — ¿Y qué decía?

— Que estaba muy orgulloso de tí – Respondió a mi pregunta intentando hacer una sonrisa, aunque únicamente me ofreció una mueca extraña — y que no podía esperar al día en que os volviérais a ver.

— Vaya – Comenté todavía más sorprendida.

            Hubo un corto momento de silencio, que fue roto por Robin. Se removió incómodo en su lugar al principio, para después girarse bruscamente hacia Lysa y estrujarle un pecho. Comenzó a tirar fuerte de su vestido, pensé que quería rompérselo. Estaba confundida observando la situación y lo tranquila que ella parecía con aquello. De pronto, ella ayudó al crío, sacando su pecho ante mí. El crío de siete años llevó rápidamente su boca al pecho y comenzó a tirar de él. Asqueada e incrédula me alcé de mi asiento, mientras ambos me observaban con naturalidad. Aquello era una auténtica aberración. Abandoné la habitación con mi estómago removiéndose y, unos pasos más adelante, vomité en una esquina.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora