Ned II

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             LAS LEYENDAS CONTABAN que Rhaenyra Targaryen, la Reina de medio año, llevaba siempre puesto un collar de oro que su padre le regaló. En él se encontraban gravados todos los sigilos de las Casas más importantes de Poniente. Nunca había visto ese collar, Rhaegar tampoco, aunque siempre hablaba de él collar y Rhaenyra. Recordaba con cuánto entusiasmo lo buscábamos en las bóvedas de la Fortaleza Roja, sin éxito. Lo que sí que encontramos fueron dibujos de él, y de la Reina llevándolo. Su madre, la de la Reina Rhaenyra, fue Aemma Arryn, curioso, ¿no es así? Mi padre me puso su nombre con la esperanza de que algún día yo fuera tan fuerte y poderosa como aquella mujer que pasó por innumerables sufrimientos y nunca se rindió. Nunca fue doblegada. Por eso pensaba que, tal vez, ese collar, y las historias que guardaba, era tan especial. El sigilo Arryn se encontraba rodeado de el sigilo Lannister y el sigilo Stark. Pensaba entonces que aquello no era ni más ni menos una señal de que debíamos permanecer junto a los Stark, tal como en aquel collar. Esa historia me hacía aferrarme más, si era posible, a Eddard Stark. Pero jamás llegué a ver ese collar, como jamás llegué a nada con Ned. Nada formal, por supuesto.

Ahora pensaba que ese collar, así como mi nombre, caían como una maldición sobre mis hombros.

Un mal augurio me acompañaba todo el camino, y deseaba sinceramente no llegar nunca al Nido.





              LOS RUMORES VOLABAN rápido, aunque los sirvientes corrían de un lado para otro con miedo. Les observaba desde el desayuno al amanecer, aunque ninguno quería decir nada. Alysanne y Jon desayunaban junto a mí, y mis sobrinos Edrick y William también. Los muchachos estaban ansiosos por la llegada de Aemma, y parecían auténticamente inquietos. Aunque parecían más preocupados por la audiencia de mi marido, Horton, quien no se había dignado a desayunar con nosotros. Yo también me preguntaba dónde estaría, pero tampoco me atrevía a preguntar e incomodar a mis hijos o a mis sobrinos. Ansiaba la llegada de mi hermana casi tanto como sus hijos. Pronto, terminamos de desayunar y abandoné el salón rápidamente, con Alysanne tomando mi mano y Jon siguiéndonos hacia la Biblioteca, donde pasaríamos el día cosiendo, leyendo y aprendiendo algunas cosas intentando mantenernos ocupados, y ser algo productivos. Cuando estábamos llegando la Biblioteca, Horton apareció delante de nuestras narices. Cuando iba a preguntarle por qué no se había presentado al desayuno, me callé de golpe, observándole. Estaba pálido como el papel, con una mirada angustiosa y una mueca de susto. Le observé entonces confundida, y torcí una mueca involuntariamente.

— ¿Qué sucede, querido? ¿A caso ha muerto alguien? – Bromeé riendo por lo bajo, pero él no hizo ni un mínimo movimiento.

— ¿Podemos hablar en privado? – Se limitó a preguntar, observando a nuestros hijos inquieto.

— Claro – Respondí confusa —. Adelantaros.

Mis hijos se fueron hacia la Biblioteca, y Horton aprovechó ese momento para acercarse a mi, tembloroso. Y tomó mis manos entre las suyas. Agachó su mirada al suelo, y cuando la alzó vi sus ojos brillantes y empañados.

— Querida, me acabo de enterar de que... — Las palabras parecían no querer abandonar su garganta, como si se hubieran quedado ahí asfixiándole —, no sé cómo decirte esto.

— ¿Decirme qué? — Pregunté desesperada por saber qué era eso que tanto le estaba afectando.

— Robert Baratheon y Eddard Stark han muerto – Soltó de golpe las palabras.

Ambos nos miramos a los ojos en silencio. Y, pronto, noté cómo mis ojos se humedecían también. En mi corazón se aferró un dolor únicamente equiparable a aquel cuando perdí a mi padre. El aire comenzó a faltarme, y me notaba mareada. Horton me envolvió entre sus brazos y me resguardó en ellos. Clavé mis uñas en su peto de cuero y me permití llorar entre sus brazos. Me sentía conmocionada. Nunca había tenido una relación muy estrecha con Robert, y con Ned casi que tampoco. Pero ellos también fueron mis amigos, aunque siempre fueron ellos tres, el trío, donde no parecía caber otra persona; Siempre fueron Robert, Aemma y Eddard. Entonces pensé en mis sobrinos, y en que ninguno de ellos debía saber entonces que su padre había fallecido, ni su tío Robert. Y tampoco mi hermana. Por los Dioses, esperaba no ser yo quien les diera la noticia, porque sabía que mi hermana se lanzaría por la Puerta de la Luna, y mis sobrinos no soportarían semejante dolor. Eddard Stark era demasiado joven para morir, y dejar desamparados a todos los muchachos. Y viuda a Lady Catelyn, y su heredero Robb. 

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora