La Familia Stark, encabezada por Lord Eddard, la familia perfecta, cargada de honor, cariño y títulos.
¿Qué sucedería si todo lo que se conoce de Ned Stark no fuera del todo cierto?
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— ¿CÓMO TIENE LA DESFACHATEZ Y EL DESCARO DE DECIR QUE SU BASTARDO Y MI HIJO SON HERMANOS? – Chilló histérica a su marido, cargada de ira y furia.
Él, por su parte, se mantenía estático en su lugar, callado. Observando cada movimiento que ella hacía, escuchando cada palabra que pronunciaba. Sin poder decir nada. No podía justificar a ninguna de las dos; Sabía que Catelyn estaba histérica porque su hijo, el más mayor, estuviera vivo y fuera hijo de su ex amante, Aemma. Aquello traería problemas a Robb en su ascensión a Señor de Invernalia, probablemente. Entendía perfectamente que Catelyn se sintiera humillada y colérica. Pero también sabía todo el daño que le había causado a Aemma, y que ahora ambos tenían un hijo, algo que les ataría de por vida. Y sabía que aquella pobre y pequeña amada suya, sólo intentaba recomponerse para poder avanzar. Le había destrozado la vida, y aquello jamás se lo perdonaría.
— ¡Y TÚ TE QUEDAS AHÍ PARADO ESCUCHANDO ESAS LOCURAS SIN DECIRLE NADA! – Chilló nuevamente, alzando todavía más, si aquello era posible, la voz — ¡EN LUGAR DE DEFENDER A TU PRIMOGÉNITO!
— Edrick también es hijo mío – Murmuró Ned, mirando a Catelyn a los ojos.
La mujer se sintió adolorida, aquello le había ofendido sin medida.
— ¿Ahora tiene nombre tu bastardo? – Preguntó asqueada.
No podía evitarlo. Aquello la había hecho sentirse inferior. Su hijo se llamaba Robb, en honor al mejor amigo de su esposo. Sin embargo, su bastardo se llamaba Edrick; un nombre recurrente en el linaje Stark, tanto como en el Norte. Y su otro bastardo se llamaba Jon, en honor al padre de Aemma. Parecía que el destino sólo quería humillarla, quedando por detrás de Aemma y quedando por detrás de una puta Dorniense.
— No lo llames así – Murmuró nuevamente Ned.
— ¡ES LO QUE ES! – Gritó enfurecida — ¡AHÍ TIENES A TU ÚNICO HIJO, EDDARD! ¡ROBB ES TU ÚNICO HIJO!
Catelyn ni siquiera se dió cuenta cuando las lágrimas acabaron saliendo de sus ojos, mientras señalaba la cama en la que su bebé descansaba.
— Ellos también son hijos míos – Gruñó molesto.
— ¡JAMÁS VAN A SER COMO ROBB! ¡JAMÁS! ¿ME OYES? ¡JAMÁS!
— Tú jamás podrás decidir algo así – Alzó la voz molesto, a la par que él se levantaba furioso de su silla, tirando con su movimiento su copa de vino, derramando aquel líquido por todo el lugar —. Deja de meterte en mis asuntos, mujer.
