Invernalia

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                   —¿QUÉ PLANEAS HACER hoy, esposo?

Cerré los ojos con fuerza y con pesar, esbocé un suspiro pesado. Me giré lentamente y pude ver a mi esposa, con su largo cabello pelirrojo y unos fieros ojos azules enfrentándome. Tenía sus brazos relajados y una mueca triste posada en su rostro. Llevaba puesto un vestido de color marrón que no le había visto nunca, abrigado a pesar de que estábamos en un verano demasiado caluroso en el Norte. Yo me encogí de hombros con indiferencia.

— Voy a reunirme con el Maestre Luwin, tal vez después vaya a hablar con Rodrik – Respondí con un tono casi frío.

Ella se limitó a asentir, y antes de que dijera nada más, abandoné el patio en una carrera de paso ligero hacia la Biblioteca del castillo, donde me había mandado a llamar el Maestre instantes antes. Una creciente sensación de abandono apareció en mí, y un malestar sincero. Pensé durante todo el camino en Catelyn y en el daño que podría hacerle mi indiferencia, pero no podía evitar ser así con ella. Yo no era capaz de mirarla como debía hacerlo Brandon, ni de hablarle, ni de tocarla. Sinceramente, no creía que pudiera ser capaz de amarla como un marido amaría a su esposa. Ella para mí no era una esposa, era mi cuñada. Y me hacía sentirme como un fantasma merodeando por un Castillo que no me correspondía, a pesar de que fuera mi casa y yo heredara el Norte. Catelyn me hacía sentirme como un desconocido, y parecía exigir en mí el comportamiento que Brandon debería tener. Parecía que yo no estaba a la altura de sus expectativas. Yo no había sido educado para heredar nada de todo esto, ese había sido mi hermano. Todo para mí era nuevo, y necesitaba tiempo, y aprender a gestionar esta parte del Reino. Todos me tenían paciencia y me aconsejaban, todos menos ella. Intentaba interceptarme cada vez que podía, con Robb sobre sus brazos para intentar que la compadeciera y pasara tiempo con ellos. Pero yo no disponía del tiempo para ello, aunque muy dentro de mí algo me decía que no era el tiempo lo que me faltaba. Robb era el nuevo heredero al Norte, y estaba siendo únicamente educado por su madre. Eso necesitaba cambiarlo, porque una trucha no iba a ser la Cabeza del Norte. Solo los lobos lo dominarían.

— Mi señor – Habló solemne el Maestre, inclinando su cabeza en señal de respeto.

Le observé curioso, desde la puerta, antes de adentrarme en la Biblioteca y acercarme a la mesa donde el hombre se encontraba sentado. Me ofreció un lugar junto a él, donde me senté y aguardé sus palabras. Luwin parecía incómodo, y tenía una mueca angustiosa y preocupada.

— Mi señor – Dijo nuevamente, a lo que fui yo quien le asintió, dando paso para hablar —, he recibido unos cuervos durante la última luna que he guardado para que sólo sus ojos puedan leerlas.

Confundido, clavé mis ojos en los suyos rápidamente, intentando encontrar en ellos una explicación. Pero el hombre no dijo nada, me entregó un pequeño cofre de madera y se marchó casi corriendo del lugar, con mi mirada clavada en él. Bajé la mirada hasta el pequeño cofre de madera. Era basto y descuidado, claramente una pertenencia del Maestre. Me preguntaba qué habría dentro, tal vez mi buen amigo Robert decidiera discutir políticas conmigo... O tal vez... Tal vez Aemma hubiera conseguido perdonarme y me lo quisiera decir. O, tal vez... Tal vez fuera un mal mayor. Fuera como fuere, aparté esos pensamientos de mi mente y abrí rápidamente el cofre de una vez y encontré alrededor de seis cartas dentro. Las seis llevaban mi nombre escrito en el reverso con una tinta de un tono grisáceo. Y, al voltearlas, encontré que el sello sobre el cierre era el sigilo de los Arryn. De pronto, mi corazón se volvió loco, y latió como nunca antes. Me puse nervioso, y mis ojos vagaron sobre las cartas buscando más información, casi temeroso por abrirlas. No tarde mucho más en coger la primera y, destrozando el sello, abrirla.

   "Eddard,

Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, y me encuentro inquieta y preocupada. Pero no por ti, sino por mi hermana y vuestro hijo. No te confundas, no voy a escribirte por mi dulce hermana, no creo que merezcas saber de ella. Sin embargo, te escribo para informarte sobre el bienestar de tu hijo, del que creo que mereces y debes saber.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora