La Bruja

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HABÍA PASADO TODA la noche en vela, deambulando por el Campamente y rezándole a mis Dioses

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HABÍA PASADO TODA la noche en vela, deambulando por el Campamente y rezándole a mis Dioses. La angustia que antaño comencé a sentir se había acrecentado más. Y, para ser cierto, ya no me sentía persona. Más bien el fantasma de un amante que busca su otra mitad sin cesar en mitad de la noche. Me sentía mentalmente maniatado, tras haberle dado mi palabra a Melantha de que no iba a ir tras ella. Entonces, ¿qué demonios se suponía que iba a hacer?

Solté un nuevo suspiro pesado, uno de tantos que había soltado esta larga noche. El arrepentimiento entraba en mí poco a poco y, cada vez, me arrepentía más y más. Me maldije a mí mismo por no merecer a Aemma. Reconocía que no la había tratado como se merecía, ni a ella ni a mis hijos con ella. En este mundo no había nada que me importase más que ella, pero Catelyn... Era una mujer difícil que exigía a su vez cariño y devoción. Yo no podía darle lo que ella necesitaba, no podía verla con los ojos en los que mi hermano debía mirarla. No conseguía plasmar su imagen como mi esposa, salvo en vagos momentos en los que alguien me recordaba que estábamos casados. Y, en esos momentos, me sentía miserable. No había cuidado a ninguna de las dos como se merecían, pero tampoco era una opción el divorcio. Yo no podría hacerle eso a Catelyn, y menos todavía a nuestros hijos. Pero, en ocasiones, me encontraba en el límite y me entraba el coraje de rememorarlo todo. En esas ocasiones tan sólo terminaría con todo lo que no me haría feliz y me marcharía en busca de Aemma. Sin embargo, lo único que hacía era despedirme como un cobarde de Catelyn y decirle que me iba varias lunas fuera. Cada vez marchaba a un lugar distinto; a Desembarco del Rey a ver a Robert, al Muro a ver a Benjen... Mantuve mi mirada hacia las profundidades del bosque. Supe que no podía vivir sin ella y, que si algo le pasaba, jamás podría perdonármelo. Pues entonces ese sería el mayor pecado que hubiera cometido.

Me fijé entonces, cuando estaba de camino a los caballos, que el Alba había comenzado a salir y, mirando alrededor, me fijé que estábamos muy cerca del Tridente. Entonces, tan emocionado como nervioso, corrí a despertar a los soldados. Los primeros en abandonar sus tiendas listos fueron los Soldados de la Luna, quienes pronto corrieron hacia los caballos y marcharon hacia el Norte, con una formación de abanico.

- ¿Qué ha pasado, Padre? - Preguntó una tímida y somnolienta voz a mi espalda.

Me giré rápidamente y me encontré con la melena roja de Sansa. Sus ojos me observaban fijamente, como si estuviera a punto de juzgarme.

- Aemma se separó anoche del grupo junto a Edrick y William - Respondí preocupado, aunque esbozando una pequeña sonrisa para no angustiar más a nadie -, los soldados han salido en su búsqueda.

- Espero que se la coman los lobos - Murmuró en voz baja, esperando que no la hubiera escuchado.

- Cuida tus modales, Sansa - Le advertí, observándola con firmeza.

Ella tan sólo rodó los ojos y se marchó del lugar, sin dar ninguna explicación. Yo suspiré nuevamente, y pensé qué difícil es esta niña. Pronto, ordené también a mis soldados que salieran en búsqueda de Aemma y de mis hijos.










LA BRUJA

             Mi mirada estaba fija en el fuego que abandonaba la madera calzinada, en las chispeantes llamaradas que expulsaba

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Mi mirada estaba fija en el fuego que abandonaba la madera calzinada, en las chispeantes llamaradas que expulsaba. El humo formaba figuras que narraban las historias de Poniente. En el humo pude ver desgracias desde el Norte, el verdadero Norte, el que se haya más allá del Muro, hasta los confines de Dorne. Tras el fin del verano y la llegada de la Oscuridad, Azor Ahai forjaría una espada mitológica capaz de recuperar la luz para el mundo de los hombres. Así, forjó una primera espada durante treinta días y noches; y una segunda durante cincuenta días y noches. Ambas se rompieron en el proceso. A la tercera ocasión, Azor Ahai pasó cien noches y cien días moldeando su espada. Y una vez la hubo forjado, llamó a su esposa, Nissa Nissa, y le pidió que desnudara su pecho. Azor Ahai le insertó la espada en el corazón, fundiendo así su alma, energía, y bondad con su propio filo. De aquel ritual nacería Lightbringer (traducido como "Portadora de Luz"), la espada envuelta en llamas que acabaría con la Oscuridad. Confusa, aparté brevemente mi mirada de las llamas. No entendía por qué revivían la historia de Azor Ahai, pero parecía importante porque, nuevamente, la repitió con los mismos patrones. En esta ocasión, añadió una parte más de la historia; Azor Ahai moriría y reviviría antes de enfrentarse definitivamente a los ejércitos del Rey de la Noche.

《Cuando la estrella roja sangre y la oscuridad se acerque, Azor Ahai nacerá de nuevo entre humo y sal para despertar a dragones de piedra. La estrella sangrante ha aparecido y desaparecido.》

Profeticé. Mostró entonces el humo dos figuras distintas que reconocí como: Azor Ahai y El Príncipe que fue Prometido. Ambos se acercaban con el paso de los segundos y danzaban en sintonía, hasta que Azor Ahai desenfundaba su espada y asesinaba al Príncipe que fue Prometido.

Me mantuve de piedra, viendo cómo pájaros aleteaban alrededor del muerto. Lancé entonces al fuego un poco de salvia negra y fue entonces cuando entré en trance. Escuchaba de pronto muchas voces maldiciento a Azor Ahai, muchas otras coronándolo como el Rey de Poniente. Sin embargo, resultaría apresado y, un rey indigno, ocuparía su lugar. Apareció entonces un cuervo, el cuervo de los tres ojos. Un cuervo que juraba no codiciar el poder y vivir una vida humilde, apartado de la sociedad. Y, él mismo, a base de su poder pondría la corona en su cabeza. Todos los animales huían despavoridos de él y asustados. Sería entonces cuando un manto negro, cargado de oscuridad ocuparía todo el cielo de Poniente.

Debía ocuparme yo misma de que tal profecía jamás llegara a cumplirse.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora