Aemma

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                          HOY ERA UNA mañana diferente, podía notarlo en el aire que me envolvía al abrir los ojos

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                          HOY ERA UNA mañana diferente, podía notarlo en el aire que me envolvía al abrir los ojos. Una adrenalina anormal en mí abrazaba mi tripa con entusiasmo y me hacía inmune al sueño y la pereza que me daba el amanecer. Me levanté de la cama sonriendo con mis ojos entrecerrados todavía y la mirada nublada por el mal descanso que esa noche trajo consigo. Poco tardaron las sirvientas en entrar en mi habitación y comenzar a preparar un baño caliente con aceites con aromas de lavanda, rosas y vainilla y diferentes otras especias traídas de Volantis. Entré en el baño sin titubear y el agua, casi ardiendo, abrazó mi piel casi con desesperación. Solté un suspiro y me dejé invadir por la calidez del agua y el vaho que ésta desprendía. Tras un largo baño, tras el cual el sol ya estaba puesto sobre las montañas del Valle en el horizonte, mis sirvientas comenzaron a vestirme. Elegí un vestido azul para la ocasión, de una sedosa y ligera tela. El vestido se ceñía a mi torso y caía en cascada hasta más allá de mis pies, la espalda del vestido tenía toques de un brillante plateado, y las mangas del vestido terminaban en mis codos, cayendo hasta el final del vestido con gracia y elegancia. Mi cabello negro como la noche estaba suelto y mis rizos se expandían a lo ancho de mis hombros, y el final de él llegaba hasta mis caderas. Las sirvientas, la mayoría de ellas bastardas sin un mejor futuro que servir en el castillo de su Señor, hicieron cuatro trenzas con largos mechones y las unieron en la coronilla de mi cabeza, apartando todo ese cabello de mi rostro, mostrando mis delicadas facciones heredadas de mi madre.

         Al final, pusieron un broche de oro blanco con forma de luna en la unión de mis trenzas, y pude abandonar la habitación. Al salir a los largos pasillos del castillo, me invadí en una marea de escaleras, y estatuas, y flores que no parecían acabar, pero degusté el paseo hasta el Gran Comedor, con mi mirada perdida en los remaches de plata que estaban incrustados en las paredes. Al abrirme los soldados la puerta del Salón, pude ver que llegaba pronto, pues únicamente había un señor ya mayor y con mirada energética presidiendo la gran mesa, la cual estaba inundada de frutas, carnes y otras delicias matutinas, tales como pasteles de limón, naranja y arándanos. Mi padre se postraba orgulloso en su asiento, como habituaba a hacer y no pude evitar sonreir en su dirección. Me acerqué a él con paso ligero y caminar elegante, como tanto me había enseñado. Me incliné ligeramente, hasta que mis labios quedaron a la altura de su rostro y besé su mejilla.

— Buenos días, padre – Deseé brevemente, encaminándome hacia mi lugar en su lado derecho. Sus ojos seguían mis pasos y me dedicó una amplia sonrisa cargada de calidez.

— Buenos días, Aemma – Deseó de vuelta, su rostro mostraba alegría, sus ojos brillaron y su sonrisa se expandía hasta sus ojos. Brevemente. Pronto, todo su rostro volvió al semblante serio que le acompañaba antaño y dejó sus ojos clavados en los míos — Como ya debes de saber, hoy llegan los pupilos. Necesito que vigiles que Sharra tenga un comportamiento adecuado, estos niños no vienen de familias nobles bajas.

— No debe preocuparse, padre, todo saldrá como ha sido esperado – Sonreí vagamente, en un gesto tranquilizador. Su rostro pareció destensarse un poco ante mis palabras, pero la preocupación seguía allí — Dígame nuevamente por qué son tan importantes estos pupilos.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora