Aemma

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LOS SOLDADOS DE la Luna se arrodillaban a nuestro paso, mientras nos acercábamos más y más a las Puertas del Nido. Arthur y yo estábamos despeinados y, verdaderamente, vestíamos desaliñados. Habíamos llegado dos días antes de lo planeado gracias a nuestro sobreesfuerzo, pero el cielo estaba nublado. Todo cubierto de unas enormes nubes negras, parecía que fuera de noche, cuando todavía era la hora de comer. El tiempo acompañaba mi mal cuerpo, y parecía acrecentar mi reciente enfermedad. Durante la última luna, me había vuelto febril, temblorosa y no podía evitar vomitar varias veces al día. La garganta me ardía todo el día, y vagamente salía de ella una tos seca que me desgarraba hasta el alma. Todo me daba vueltas, pero tampoco es como si pudiera dejar mi caballo solo, así que me acostaba sobre él y dejaba que Arthur dirigiera la marcha. Me encontraba tan tal débil, que deseaba llegar, acostarme en mi cama y no volver a salir jamás. Pronto, nos abrieron las puertas y varios soldados se acercaron. Comenzaron a llevarse los caballos, mientras Arthur venía a bajarme del caballo. Al ponerme de pie, mi cuerpo se torció hacia delante por el dolor de mi estómago. Sentía mi cuerpo completamente vacío, como si fuera tan solo piel y aire intentando moverse. Melantha con Serena y Hugh llegaron a mi lado, Arthur pasó sus brazos por mi cadera y hombros y me ayudaba a caminar. Pronto, estábamos en la Sala del Trono, donde se encontraban todos mis vasallos, sin excepción. Incluso Yohn Royce, quien no solía abandonar su fortaleza. Vi también a Sharra y a su esposo, Horton, y a mis dulces sobrinos Alysanne y Jon Redfort. Y, finalmente, mi primogénito, sentado en mi Trono, con su hermano a su lado. Todos agacharon la cabeza al verme entrar, para después hacer profundas reverencias. Estaba confundida, no eran las reverencias normales protocolarías, eso eran reverencias que lamentaban muerte y penumbras. Cuando verdaderamente clavaron sus ojos en mí, todos parecieron sorprendidos. Pero era una sorpresa extraña. La primera en acercarse fue Sharra, quien parecía gravemente preocupada. Tomó mis débiles manos entre las suyas e hice mi mejor esfuerzo por dedicarle una sonrisa cariñosa. Ella torció una mueca y disuadió a todos con un gesto. Edrick y William se alzaron a toda prisa, y bajaron las escaleras en una carrera hasta llegar a mí.

— ¿Qué te ha pasado, Madre? – Preguntó William mirando las caras de sus hermanos.

— Lleva enferma desde que abandonamos Desembarco del Rey – Explicó Arthur, con un tono de voz suave que denotaba angustia en él.

— Ser Lander, lleve de inmediato a un Maestre a las habitaciones de mi madre – Exigió Edrick girándose a mirar al Soldado que custodiaba la puerta, a una pequeña distancia de nosotros.

Escuché cómo el Soldado se marchaba, y entre Edrick y William me cogieron en brazos. En un trayecto a toda prisa, en la que sentía mi cuerpo desfallecer, llegamos a mi habitación rápidos y torpemente. El Maestre no se encontraba todavía allí, pero mis hijos me dejaron sobre mi cama con suavidad, y William acarició mi frente. Se lanzaron unas miradas entre ellos, silenciosas y discretas, que a mí no me podían ocultar. Algo pasaba, y nadie decía nada. El Maestre llegó casi al mismo tiempo que todos los demás; Sharra, Horton, sus hijos y los míos. Aunque, pronto, les pidió que esperaran fuera. Cuando pensaba que nos habíamos quedado solos, escuché al Maestre hablar.

— Mi Lord, ¿qué le ha sucedido a la Señora Arryn? – Escuché la voz del Maestre hablar con preocupación, me sentía muy observada.

— Desde que abandonamos Desembarco del Rey, bueno, unos días después – Explicó Arthur un poco perdido —, comenzó a tener una fiebre, que le provocaba frío. Poco después comenzó a vomitar varias veces al día, y ha debilitado su cuerpo.

El Maestre no respondió nada, pero escuché la puerta abrirse, y con ella, un doloroso llanto infantil. Parecía ser Hugh, pero no podía confirmar nada. Las puertas se cerraron rápido y noté al Maestre aproximarse. Removió mis ropas y dejó mi torso al descubierto. Noté sus frías y temblorosas manos tocar mi barriga, que parecía deshincharse bajo su tacto, y tocó mis salidas costillas. Le escuché largar un suspiro muy pesado. Volvió a taparme y tocó entonces mis brazos débiles y huesudos. Tocó mi frente, y vagamente le pude ver asombrarse. Después, apoyó su cabeza en mi pecho y escuchó durante un tiempo mi corazón.

El Valle de los Bastardos || AU || Ned StarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora