Capítulo 7

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Una Jephin en la morada

Sólo hay una explicación.

A la morada de Haziel sólo entran ángeles

¿Desde cuándo? Ni idea.

¿Otra mala noticia? Hay cristales.

¡Todas las jodidas ventanas tienen cristales!

El único sitio que he concluido que es la única entrada es ese gran ventanal por dónde él y todos los demás ángeles hacían su entrada triunfal. ¿Y qué es lo peor? Que sigue estando a quince metros de altura. Quizás un par de metros menos o un par de metros más, de cualquier forma es una altura imposible para mí.

Bueno, o eso pensaría cualquiera.

― Bien. ―gruño alejándome varios metros de la pared donde está la única jodida entrada que ha dejado el arcángel.

Me doy la vuelta cuando estoy a más de veinte metros de distancia y aprieto los dientes mirando hacia el ventanal con enojo y decisión. Él le ha puesto cristales a todo, recuerdo que antes sólo el cincuenta por ciento ―quizás menos― de sus ventanas lo tenían. ¿Será por el frío? Nada que ver, Haziel no sufre de frío.

― No me detendrás. ―susurro―. Entraré, sea como sea.

Un último suspiro y arranco a correr hacia la pared con decisión y determinación, cuando sé que es el momento ideal mis pies abandonan el suelo, el dolor se debe a que he estado más tiempo congelada que otra cosa, quizás por eso también mi pie choca con el borde del ventanal y termino impactando con el piso de mármol del Gran Salón dando varias vueltas como un armadillo.

Dos terribles aterrizajes en tan poco tiempo. Una anécdota para contar en el futuro.

― Ay... ―hago silencio al sentir la calidez que me rodea. Me quedo mirando el techo. No recuerdo que haya estado adornado con todas esas piedras preciosas, ni que haya tenido tantas lámparas de araña.

Respiro hondo dos veces.

Me incorporo boquiabierta, el pañuelo está en mi garganta debido al aparatoso aterrizaje sobre el mármol.

Haziel ha tenido tiempo suficiente para no aburrirse. Ha hecho algunas pequeñas remodelaciones y ha redecorado el lugar. Muebles diferentes, cuadros gigantescos y una estatua de diamantes de un par de alas reposan al fondo del salón.

Esa estatua me eriza la piel. Toda la piel.

Un par de alas hechas de diamantes, que desde mi lugar parecen tamaño mediano, pero cuando me acerco son enormes. Extendidas en su plenitud y reposando sobre una esfera hecha de algún metal blanco.

¿Por qué Haziel tiene un par de alas de diamante como trofeo en su Gran Salón?

― Es... ridículo. ―susurro para luego sacudir la cabeza alejando los cientos de pensamientos que amenazan con atacarme―. A la biblioteca. ―me digo con titubeo―. Debo ir a la biblioteca.

Salgo del gran salón notando que mi pelo está húmedo. Hecho un vistazo a donde antes estaba la gran puerta de entrada. Ahora sólo hay un espejo en forma de óvalo.

― Para variar. ―murmuro siguiendo mi camino mirando con saña el espejo. Recuerdo que Haziel no era amigo de los espejos.

No sé de dónde sacan tanto oro los ángeles pero Haziel parece tener una mina propia. Los biseles de la pared, cuadros y casi todo son de oro.

Quizás ahora él sea experto en decoración interior.

Doblo a mi derecha solo para ir a mirar la cocina. Mi curiosidad no me deja en paz nunca, y necesito saber si sigue igual.

Sangre de arcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora