Capítulo 10

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La morada de Blasius

Jared

Nunca digas nunca. Una frase humana que me está escarneciendo.

Antes me repudiaba un poco siquiera mirar a la Jephin de Haziel porque los humanos son una parte de las cosas que evito desde siempre. Luego la humana no era toda humana sino parte Nefil, otra razón para no querer ni escucharla hablar.

Sin embargo, la curiosidad siempre ha existido. Por la curiosidad la mayoría de mis hermanos cayeron. Más que envidia fue "curiosidad", esas ganas de saber más de lo que sabemos.

Recuerdo a Nia como la humana mitad Nefil con mirada retadora, actitud rebelde y espíritu curioso que siempre conseguía preguntar algo nuevo a pesar de su capacidad para sacar conclusiones acertadas.

Porque sí, Niamh es una total curiosa a niveles catastróficos. Y no soportaba mirarla, era humana, y eso era razón suficiente para no querer verla, tan sólo escuchar su voz me traía recuerdos de mis hermanos cayendo por una humana, de mis hermanos siendo condenados por una hija del hombre, ¿Por qué iba a querer yo mirarla? Si así fuesen pensando muchos de los míos... hubiesen menos caídos en el mundo.

Y, cometí el mismo error que esos caídos.

Empecé a mirarla y con el tiempo no me disgustaba ver lo que veía. Al contrario, sentía más curiosidad de saber el porqué de las cosas, el por qué la forma de sus ojos, de su boca.

Y ese fue mi error. Empezar a mirarla y sentir curiosidad.

― Nadie va a venir. ―le repito por enésima vez mirando cómo termina su ensalada de frutas sin dejar de mirar en dirección hacia la terraza.

― ¿Por qué estás tan seguro? ¿Qué tal que sí?

― Todos saben que no me gustan las visitas.

― Pues, puedes equiparme una habitación subterránea, un lugar donde nadie me descubra.

― Bueno, considerando que no sabemos cuánto tiempo me tomará quitarle el libro a Haziel... ―suelto un suspiro muy largo―. No es mala idea.

― Sé que no... ―musita llevando el tenedor a su boca con un trozo de arándano.

Miro que se incómoda y sus ojos se mueven en direcciones diferentes cada cinco segundos. Está pensando en algo y no sabe si decirme o no, aunque tenga una pared que bloquea sus emociones sé leer expresiones.

― Dímelo. ―le digo y ella me mira fingiendo confusión―. Dime lo que estás pensando y no me mientas, no quiero iniciar otra conversación donde te haga entender las razones por las cuales no debes mentirme. ―ella alza sus cejas ante mis palabras.

― Estaba pensando en un lugar seguro aquí en el Beta. ―murmura―. La casa de mi padre.

Esta vez soy yo quien alza las cejas. Ella ha dicho algo ridículo y muy tonto. Algo atrevido sí, pero ridículo.

― ¿Quieres quedarte en la morada de Blasius?

― Sí, soy su hija, puedo usarla.

― No se trata de que seas o no su hija, de hecho se oye tan mal que no puedo creer que lo haya dicho. ―farfullo como un tonto humano y carraspeo―. No puedes...

― ¿Dónde queda? ―me interrumpe y respiro con exasperación―. Es una buena opción, nadie iría allí, sólo tú.

Me acaba de perturbar lo que ha dicho, y creo que lo ha visto en mi cara porque sonríe con complicidad.

Sangre de arcángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora