Intruso
Haziel
― Estoy dispuesta a durar inconsciente el tiempo que sea con tan sólo tenerte y sentirte bien duro dentro de mí.
La Jephin de Selma se está ganando una lección. Una lección de obediencia y respeto hacia un arcángel.
― ¿Quieres tenerme y sentirme duro dentro de ti? ―le pregunto luego de haberla tomado con fuerza de su brazo.
Ella parece a punto de derretirse. Puedo sentir su humedad con tan solo tocarle el brazo, su aroma lo dice también. El que me haya acercado tan rápido a tomarla del brazo le ha acelerado el pulso y ella sólo mira mis labios con anhelo.
― Irás al infierno, Dulce. ―susurro y mientras miro sus ojos azules algo a mi izquierda me llama la atención. Sólo alzo la mirada para ver en dirección hacia el gran espejo ovalado que reposa en la pared donde alguna vez hace mucho tiempo estuvo una puerta.
Me quedo mirando allí para ver una figura de negro pasar de un lado a otro, su cabello oscuro, mojado y muy por debajo de sus hombros me indica que puede ser una mujer, pero los destellos a la mitad de su espalda me indica que lleva glamour en ciertas partes de su aspecto.
Suelto a la Jephin de Selma para acercarme lentamente al espejo y volver a ver la escena un par de veces más. ¿Quién iba a pensar que la verdadera función de este espejo algún día iba a funcionar?
Hay un intruso en mi morada.
Un intruso que lleva oculta la nariz y boca tras una tela oscura.
Y eso es suficiente para activar la destrucción.
― ¿Quién ha entrado sin permiso a mi morada?
Hace mucho que no activo mi poder arcángel. Ni me he dado cuenta de que lo hecho hasta que estoy buscando habitación por habitación empezando por el pasillo del Sur.
En medio de mi búsqueda estrepitosa y llena de furia me detengo a mitad del último pasillo que n ha sido revisado. He revisado docenas de habitaciones del primer piso en menos de un minuto. Pero cambio de rumbo ignorando el último pasillo para llegar a mi aposento.
Me detengo frente las puertas de madera y noto que mi respiración se hace más pesada y descontrolada.
― Sea quien sea está en graves problemas. ―susurro sabiendo que el ser que ha entrado a mi propiedad ha sido cauteloso, ni siquiera ha dejado su aroma, nada. Ni una huella.
Las puertas de mi aposento se abren solas, no es necesario que levante mi mano para empujarla. Órdenes son órdenes.
Lo primero que veo es el espejo en la pared del frente. No me veo a mí, veo esa figura entrar. Hago puños con mis manos de solo saber que han entrado a mi maldito aposento así como si nada, sin importarle que yo pueda despellejarlo centímetro a centímetro.
Me acerco cautelosamente al espejo, no puedo revertir ese glamour en el intruso, pues el espejo es solo un artefacto que reproduce lo que en él se refleja y que no reconozca como su amo. Es decir, yo.
El intruso lleva botas, va vestido de negro. Puede parecer masculino pero la manera de contonearse no es masculina. El glamour que lleva de camuflaje tuvo que haber sido creado por un arcángel, sólo un arcángel colocaría un glamour tan fuerte que este espejo no lo ha descartado.
¿Quién es? ¿Quién ha venido aquí? ¿Cómo ha entrado? ¿Y qué busca?
Nadie puede entrar a mi morada, a menos que tenga alas. Dulce Amapola entró porque se desmayó del frío invernal y no tuve opción que cargarla y meterla aquí en contra de mi voluntad. Las primeras ocho veces que entró fue porque aún quedaba una entrada disponible, las demás se ha mantenido afuera en mis jardines.
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Sangre de arcángel
Fantasy[EN EDICIÓN] "La mente humana, nefil y angelical no tendrán ni la más remota idea de los acontecimientos que están por venir. ¿Puede existir algo tan fuerte como la mezcla de sangre entre las criaturas más poderosas que han sido creadas alguna vez...