52- Nos vamos de crucero en plena catástrofe, ¡vacaciones!

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Mentiría si dijera que recuerdo lo que ocurrió después de aquello. No sé si perdí el conocimiento o si, simplemente, mi cerebro lo ha borrado y distorsionado todo por el shock y el dolor.

Creo que los dos días siguientes pasé las noches en el apartamento de Lea. Durmiendo poco, incapaz de que mis sueños no fueran ocupados por visiones de aquel momento.

—Bebe esto —susurraba mi amiga, tendiéndome una taza con una infusión caliente.

Recuerdo cogerla y sentir cómo la cerámica quemaba las yemas de mis dedos, pero nada más.
Recuerdo las eternas duchas de agua fría en las que mi cabeza solo podía registrar el contraste térmico que producía con mi cuerpo.

No estaba triste, no lloraba. Solo, no estaba.

¿Realmente había ocurrido aquello? Tal vez lo había soñado. Costaba distinguir la realidad de lo ficticio, cuando hasta el mundo real parecía falso y lleno de lagunas.

Pero sí podía tocar las cosas. Y oír a Lea. De fondo, pero la oía. No recuerdo verla. Tampoco recuerdo el sabor de lo que comimos y bebimos. Tal vez, no lo hicimos.

Cada segundo que vivía se borraba al instante, dejando a mi cabeza en un estado automático para funcionar.

El paso del tiempo parecía irreal, siendo capaz de percibirlo únicamente por mis heridas sanando. Los moratones desaparecieron, las costras se curaron... Sin embargo, la herida más grande de todas seguía abierta como un abismo que atraía todo lo demás a su interior.

Era tan grande que ni siquiera lo notaba.

¿Podría sanar algo como aquello? Lo dudaba, ni siquiera aspiraba a conseguirlo. Me limitaba a dejarme llevar a merced de lo que el destino tuviera preparado para mí durante esos días.

Todo era monótono y gris, carente de significado y sentido. Sin emoción ni sentimiento alguno. Y sabía que si salía de ese estado tendría que enfrentarme a un inmenso dolor. No creía estar preparada para hacerlo.

Entonces me desperté.

—¡Ciara! ¡Levanta! —gritaba la voz de una mujer. Mi madre— Te va a encantar ver esto.

Aturdida como estaba me incorporé de mala manera. Aún no me había acostumbrado a la disposición del camarote de aquel crucero.
Cogí una chaqueta para cubrir de forma un poco cutre el pijama que llevaba puesto y seguí a mi madre al pasillo exterior.

Allí estaba ya mi padre asomado a la barandilla. Junto a él, una pareja rubia con sus dos hijos.

Me acerqué despacio al borde y no pude contener mi asombro cuando vi el agua luminiscente.

—Son las Lágrimas Azules —explicó mi madre al llegar yo a su lado—, ¿no son preciosas?

Mis ojos tardaron un par de segundos en acostumbrarse al brillo que desprendían, hasta que pude apreciarlo con claridad.
El agua estaba cubierta por gotas de un color azul tan intenso que parecía dañar las retinas. Pero no podía obligarme a dejar de mirar el paisaje, sintiendo la brisa del mar acariciando mi piel.

Era como entrar en un trance. La vista hipnótica y el aire relajante, calmando la actividad de mi cerebro. Era curativo.

De las profundidades del mar empezaron a elevarse burbujas de aire, dando un efecto más fantasioso y futurista a la noche.

—Qué pasada —murmuré sin poder apartar la mirada ni un solo segundo. Me habría gustado haber podido detener el tiempo y quedarme en ese instante para siempre.

Pero, como descubriría años más tarde, mis deseos no suelen cumplirse.

Una burbuja más grande chocó contra la base del barco, haciendo que este se inclinara violentamente hacia un lado.
Mi familia y yo nos agarramos como pudimos a la barandilla, intentando no resbalar por la borda contra la pared, como hicieron nuestros amigos. Sin embargo, el bandazo de vuelto estuvo a punto de lanzarnos al mar.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora