18- Ponemos a prueba la resistencia de los cordones de las sudaderas

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—Madre mía, casi se me para el corazón —me aseguró Lucas con una mano en el pecho e intentando controlar una sonrisa mientras se apoyaba en la verja de metal que estaba cerrando con llave al llegar yo.

—No te preocupes, sé hacer la reanimación cardiorrespiratoria si eso llega a pasar —bromeé haciéndole reír tontamente.

Él llevaba unos vaqueros negros un poco ajustados, las mismas zapatillas que yo porque en esta ciudad somos poco originales y una sudadera también negra de la que sobresalía una pequeña cadena de plata. Entre el conjunto y los tatuajes, si ignorábamos su alegre rostro, sí que parecía un poco el típico criminal de barrio.

—¿Qué haces por aquí a estas horas? —preguntó guardando las llaves en los bolsillos delanteros de su pantalón. Con la luz de las farolas, su piel parecía casi pálida lo que resaltaba las pecas de su cara.

—No puedo dormir, necesitaba salir a tomar el aire, dar una vuelta... No sé, estar lejos de casa —traté de simplificar pasando una mano por mi pelo, dejando al descubierto la parte rapada de mi cabeza.

Lucas me miró con los ojos entre cerrados. Sacó su móvil para comprobar si tenía mensajes y luego habló:

—Arthur no parece echarme mucho de menos así que, si me aceptas como acompañante esta noche... —se ofreció inclinando un poco la cabeza.

No me pude resistir. Lucas me parecía adorable y era muy fácil estar y hablar con él.

Con que era muy fácil hablar y estar con él me refiero a que por algún motivo acabamos yendo hacia un parque con columpios que él conocía. Y no andando como personas normales, no. Nos pareció buena idea atar las cuerdecitas que ajustaban la capucha de su sudadera con las de la mía de forma que, al llevar las capuchas puestas, si nos alejábamos el uno del otro tiraba y se cerraban en nuestras caras. Por supuesto, fue idea suya.

—Nos vamos a acabar cayendo —le dije caminando medio de lado para evitar la catástrofe—. Y no te alejes mucho o pareceremos cond...

No pude acabar la frase porque a Lucas le entró la risa floja y se agachó de golpe, llevándome con él al suelo.

—Esta ha sido la mejor idea que he tenido en mucho tiempo —atinó a decir entre carcajadas mientras trataba de levantarse y fracasaba en el intento.

—Pues no quiero saber cuáles han sido las anteriores —yo tampoco podía parar de reírme. Sí, era ese punto de la noche en el que todo te parece ridículo y te ríes de la más mínima tontería. Si además vas con tu capucha anudada a la de otro chico por la calle a oscuras cual condones andantes ya...

La última neurona de Lucas, que sí quería vivir, decidió que igual para montarse en los columpios era mejor separarnos.

Antes lo intentamos yendo atados. Casi pierdo todos mis dientes pero mereció la pena.

—Sabes, a veces me pregunto si todos los adolescentes han hecho este tipo de cosas alguna vez —murmuró mirando al cielo mientras se balanceaba ligeramente en el columpio.

—¿A qué te refieres? —pregunté con curiosidad. Era verdad que teníamos veinte y veintiún años pero en el fondo no dejábamos de ser unos adolescentes un poco grandes.

Lucas sin bajar la cabeza clavó sus ojos afilados en los míos.

—Estoy seguro de que no es la primera vez que ninguno de los dos se queda hasta las tantas de la noche por la calle sin hacer nada en concreto o bebiendo o algo así —no pude evitar sonreír. Tenía razón, lo había hecho más de una vez pero normalmente lo había hecho sola.

—Esta es la primera vez que lo hago en compañía de alguien... Corrijo mi frase —añadí al darme cuenta de que mentía—; esta es la primera vez que hago esto con alguien con quien no pienso acostarme después.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora