50- A mí no me contratéis de niñera que luego pasa lo que pasa...

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Avancemos rápido, otra cosa que no me apasiona en exceso: perseguir niños.

Nunca he tenido experiencia con ellos, no entiendo su forma de pensar y de comportarse y, desde luego, no sé en qué momento a ese crío le pareció buena idea subirse a un tejado.

Ahora, también os digo que si a mí me estuvieran persiguiendo cinco personas encapuchadas y armadas hasta los dientes no habría dudado en tirarme a una alcantarilla siquiera.

—¡Que alguien alcance a ese niño! —ordenó Bultz, quien nos seguía desde un coche.

—¡Sube tú y hazlo! —le gritó Lea de vuelta muy amablemente.

Era un edificio de ocho plantas con ático, así que podíamos movernos con facilidad pero el chaval era rápido y canijo así que se podía meter por sitios que nosotras, no.

Súper consejo del día para los que tenéis vértigo: no os metáis en esto. Porque yo no lo tengo y aun así casi me dio algo cuando vi al niño saltar de nuestro edificio al siguiente que era una planta más bajo.

Lea y yo nos detuvimos al borde.

—No nos pagan lo suficiente —murmuró ella, tratando de recuperar el aliento.

—Podrían por lo menos decirnos qué tipo de mutado es —recordé yo. La información de esta misión había sido excesivamente escasa por lo ocurrido en la anterior, entonces no sabíamos qué protocolo seguir con el niño.

Niño que, por cierto, debía tener unos pulmones de acero, porque si no o no me explico cómo demonios seguía corriendo. En fin, las maravillas de la adrenalina.

Cuando vimos que no nos quedaba otra, Lea y yo saltamos también al ático del siguiente edificio. Os juro que pude escuchar a mis rodillas pidiendo piedad al aterrizar.

—Tenemos que aturdirlo o cansarlo —logré decir entre agitadas respiraciones—. No queremos que nos vuelva a pasar como el otro día con la chica bomba.

—Ya sería mala suerte tener dos mutados bomba seguidos —se quejó mi amiga, empezando a correr de nuevo por donde había ido el niño. Había rodeado las escaleras de subida del edificio, que sobresalían del suelo, haciendo que lo perdiéramos de vista.

Escuchamos un par de disparos delante de nosotras que parecieron rebotar contra algo metálico. Rodeamos el obstáculo lo más rápido que pudimos para encontrarnos con el chaval al final del tejado, sujetándose un brazo. Le habían dado.

—¡No disparéis! —grité para que me escucharan desde abajo.

Nos acercamos lentamente al chico para intentar no espantarlo aún más. La herida de bala no paraba de sangrar, pero él parecía más asustado que dolorido. Su cerebro en una situación de estrés siendo incapaz de procesar que le habían alcanzado con un arma.

—No os acerquéis —pidió con un hilo de voz, retrocediendo más hacia el borde.

—Si te entregas no te haremos más daño —dije por costumbre. Era la misma frase de siempre, frase que obviamente no tranquilizaba a nadie.

Entonces vi cómo cerraba los ojos con fuerza, negando con la cabeza, y haciendo crecer una bruma brillante a su alrededor.

—Lea, cielo, la has gafado —fue lo único que me dio tiempo a decir antes de la explosión.

Ambas salimos volando hacia atrás. Debido al golpe que recibí contra el muro de las escaleras, apenas fui consciente de como una de las antenas caía a mi lado.
Mirad, a una al final ya se le hace el cuerpo a los desastres, así que yo me puse de pie aunque todo a mi alrededor parecía estar centrifugando y tenía una demostración de la filarmónica de Viena en mi cabeza. Por no hablar de que había perdido mi capucha y probablemente una manga del jersey.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora