1- Lea se apuesta un bigote conmigo y sale mal

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—¿Qué llevas aquí? ¿Piedras? ¿Un cadáver? —se quejó Lea mientras me ayudaba a subir las últimas cajas a mi nuevo apartamento. Abrió los ojos como platos al ver que yo no respondía— Dime, por tu propio bien, que no llevas aquí un maldito cadáver.

Resoplé al dejar caer las cajas que yo llevaba en el suelo de la sala principal. Puse los brazos en jarras y me giré hacia mi querida amiga.

—No, Leonisa, no llevó ningún cadáver, que eso huele —la chica rubia puso cara de póker cuando la llamé por su nombre completo. Ella lo odiaba y a mí me hacía gracia.

—Por llamarme así ahora te toca desempacar todo esto tú solita, Ciara —rebatió retirándose a un lado de la habitación y cruzándose de brazos con falsa indignación.

Miré los ocho millones aproximados de cajas que me rodeaban. No, no parecía un buen plan aquello. Tocaba cambiar de táctica.

—¡Oh, mi querida señorita Rubio! Ayúdame a ordenar todo esto y la próxima vez que tengamos operación juntas te dejaré contarle al jefe el informe —¿estaba usando chantaje con mi mejor amiga para que me ayudara con la mudanza? Lo estaba usando.

—Y limpiarás tú la sangre de tu ropa —añadió señalándome de forma acusatoria.

Acepté rodando los ojos. Odio tener que sacar la sangre de mi ropa después de las operaciones peligrosas. Hay que frotar mucho y es muy cansado, entendedme.

Fuimos moviendo las cajas a las habitaciones que les correspondían, empezando por la sala principal, sala de estar, comedor... Yo qué sé cómo llamarla, pilláis la idea, ¿no?

—Es la primera vez que el jefe moviliza tanto a uno de nuestros nodos para conseguir algo de esto... Esa nueva galería de arte debe ser muy importante —comentó Lea desinteresadamente mientras sacaba mis libros para meterlos en la estantería que había junto a ventana al fondo de la sala.

—He oído que hasta la embajada de no-sé-qué país está interesada en comprarla —confirmé asintiendo con la cabeza—. Tengo la sensación de que nos va a tocar jugar muy sucio... Como siempre, pero bueno.

—Sí, pero esta operación en general me da más respeto que cualquiera que hayamos hecho hasta ahora. Siempre hemos trabajado en las sombras y en casa —señaló haciendo referencia a que nunca habíamos tenido que mudarnos ni dar la cara, éramos mercenarias y nadie sabía nuestras identidades—. Aquí tenemos nombres y apellidos... que ni siquiera son los nuestros y estamos en una ciudad completamente nueva en la que ninguno de nuestros nodos ha tenido actividad nunca.

Lea frunció sus gruesos labios en una mueca de disgusto al hablar de los nombres falsos. En esta ciudad ella se iba a llamar Rebecca Rubio y no le hacía ninguna gracia que se lo cambiaran para ocultar su identidad, aunque fuera por su propia seguridad.

En mi caso el cambio no era tan grande. Pasaba de ser Ciara Byrne (mi nombre original, irlandés como yo) a llamarme Kiera Byrne (la variante americana de Ciara). Sin muchas complicaciones, la verdad.

—Tal vez sea por la mafia local... Ya nos dijeron que tenía todo el poder de la economía sumergida en la zona —recordé las advertencias del jefe de nuestro nodo. Sacudí la cabeza—. Aun así, me sorprende que no mencionara a los mutados al contarnos la razón del desplazamiento.

Lea resopló. Había dos opciones: que realmente los mutados no tuviéramos nada que ver con esta operación de la mafia, o que no nos hubieran informado de todo (caso en el cual, podríamos estar en peligro).

Acabamos de organizar mi salón para pasar al cuarto.

—¿Me estás vacilando? ¿Tengo que ayudarte a sacar y guardar tus tropecientas prendas de ropa? —se quejó mi querida amiga. En realidad exageraba, ella tenía más ropa que yo, y mucho más pija.

—Mira el lado positivo: casi todo es negro así que no tendrás que clasificarlo por colores —apunté, empezando a sacar pantalones de una de las cajas.

Lea se rio sarcásticamente pero me ayudó.

Cuando acabamos de arreglar mi nueva casa ya había oscurecido.

Tendría que acostarme pronto porque al día siguiente empezaba en mi nuevo trabajo... trabajo de tapadera, por supuesto.

—¿Cómo se llamaba el bar en el que vas a ser camarera?

Ms. Pepper —le respondí—, es un sitio muy adorable, como de los años sesenta —Lea se me quedó mirando fijamente con sus ojos verdes y enseguida entendí por qué lo hacía—. Ya sé que yo ahí no pego ni con cola, pero es lo que me ha conseguido el jefe.

—Hombre si te quitas los piercings de las orejas, y los tatuajes de los brazos, y de las manos, y de las piernas... y de la cara —enumeró poco a poco señalando todo mi cuerpo en general. Instintivamente llevé mi mano a las dos pequeñas medias lunas que tenía en los pómulos—. Pero entonces ya no serías tú, así que da igual —se giró para coger la ropa que me iba a tener que poner para trabajar—. Ponte el uniforme azul y rosa chicle con tus medias de rejilla.

Me empecé a reír. Lea y yo no nos parecíamos demasiado pero aun así respetábamos y aceptábamos esas diferencias.

Ella parecía la típica princesa de cuento: pelo rubio en media melena, ojos verdes claros, piel dorada y labios gruesos y definidos. Además de un impecable estilo para vestir que gritaba "frecuento las tiendas más caras de la galería de Milán".

Yo parecía sacada de una cuenta grunge de Instagram. A parte de los tatuajes ya mencionados, el eyeliner kilométrico formaba parte de mí, bordeando mis ojos azules grisáceos. Y para rematar me había tomado la libertad de teñir ese mechón delantero justo en medio, entre las cejas, de blanco. Contrastaba muchísimo con mi pelo castaño oscuro. Al jefe le irritaba. A los matones de los clubes les molaba. Qué más da.

—Sabes, estoy por raparme un lado de la cabeza —le dije a Lea mientras me miraba al espejo. Ella estaba junto a la puerta, lista para irse y dejarme dormir.

—Si lo haces, prometo ir a visitarte al trabajo de incógnito de vez en cuando —me retó. Teníamos prohibido vernos en público, por seguridad.

—Vestida como un detective.

—Bigote falso incluido.

—Luego te mando foto —cerré el trato, yendo hasta la puerta para poder despedirme de Lea—. Suerte tú también mañana en tu trabajo de recepcionista.

Mi amiga me dedicó una última sonrisa antes de empezar a bajar las escaleras.

Cerré la puerta con llave y solté un fuerte suspiro.

—¿Dónde habíamos metido la maquinilla?

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora