53- Lucas os dará una masterclass para sobornar camioneros

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Lucas rodeó mi cuerpo como pudo y enterró la cabeza en mi cuello en un intento fallido de que yo no viera sus ojos llorosos.

El beanie negro que llevaba solo dejaba su flequillo a la vista por lo que decidí acariciar su espalda a través de la chaqueta, en lugar del pelo.
Su respiración irregular me hacía cosquillas en la piel y mandó un escalofrío por mi columna cuando volvió a hablar.

—Lo siento muchísimo —pude notar como trataba de mantener su voz lo más firme posible—, no deberías haberte enterado así... no debería haber pasado... —me mantuve en silencio, haciendo todo lo posible por controlar los latidos de mi corazón para que no se disparasen por la culpa que sentía en aquel momento.

Tomé aire profundamente antes de separar suavemente al chico de mí y tomar su rostro entre mis manos. Tenía la nariz y los ojos enrojecidos, los labios hinchados en gesto triste.
Usé los pulgares para retirar las lágrimas que recorrían sus preciosas pecas, mientras él mantenía la mirada fija en sus manos, que volvían a descansar sobre su regazo.

—Ninguno de vosotros merecía nada de esto —murmuré, aun acariciando su rostro con cuidado. Me dolía el alma de verlo así, podía sentir la tristeza que irradiaba y lo mucho que la estaba intentando controlar. Pero me dolía más aun saber que yo era la culpable de todo aquello. Que Lucas estaba tratando de consolar a quien había cometido el error.

—Tú tampoco —respondió él, levantando por fin la vista. Cuando sus ojos oscuros se cruzaron con los míos sentí una puñalada en el pecho. Todo el dolor que había sido incapaz de procesar en los últimos días vino de golpe a mí tras esa frase.

Fue la primera vez que recuerdo llorar después de lo ocurrido.

Lucas acogió mi cabeza entre su cuello y su hombro, apretando mi espalda con los brazos, mientras los míos encontraban su lugar alrededor de la estrecha figura del chico.
El calor de su cuerpo envolviéndome fue reconfortante, pero sabía que no lo merecía. Sabía que él no debía estar allí cuidándome, que si conociera la verdad no querría verme.

Antes de que aquellos pensamientos me hicieran separarme de Lucas, su mano se enredó en mi pelo, haciendo suaves caricias que dejaron mi mente en blanco.

—Todo va a ir bien —me aseguró en un susurro, haciendo que nuestras respiraciones se coordinasen. De repente, fui consciente de los lugares exactos en los que nuestros cuerpos se apretaban, de lo aterciopelada que era la piel de su cuello, de la delicadeza con la que su mano jugaba con mi pelo. Esa sensación parecía estar atándome de vuelta a la realidad que tan lejana había sentido los últimos días.

Cerré los ojos dejándome envolver por aquella aura de paz. Ya no podía pensar en nada que no fuera lo mucho que deseaba poder quedarme así para siempre.

No fue posible pues Lucas no tardó en sujetarme de los hombros para separarse con cuidado de mí. No me pasó desapercibida la forma cautelosa en la que examinó mi rostro buscando algún rastro de disconformidad. Tampoco me pasó desapercibido lo pálido que estaba y lo pronunciadas que eran sus ojeras. Así que no me lo pensé dos veces antes de ofrecerle algo de comer.

—No sabía lo mucho que necesitaba esto —agradeció tras comer un poco de las sobras de macarrones que al parecer habíamos cenado Lea y yo la noche anterior.

—Toma lo que quieras —lo animó mi amiga—, sobra un montón. Ayer debí de cocinar para ochenta sin darme cuenta.

Hubo unos segundos de silencio cómodo en los que Lucas prácticamente devoró el plato mientras nosotras dos observábamos asombradas. Mientras luego no le sentase mal...

—¿Cómo has bajado a la ciudad? —pregunté al caer en la cuenta de que el chaval no se había podido teletransportar o algo así hasta mi apartamento.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora