6- La mujer de la invitación daba más miedo que cualquier criminal

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En los días siguientes tuve visitas suyas en el Ms. Pepper diarias.

Jinho vino a comer un par de veces. La verdad es que era un tío extraño; nunca estaba segura de si me estaba vacilando o iba enserio al hablar, pero de alguna forma me atraía. Sí, me llamaba mucho la atención, era muy seguro de sí mismo a la par que respetuoso y atractivo. Una cosa tenía clara sobre él: era el padre orgulloso de tres gatos. De hecho, uno de los días pidió algo de comida para llevar y cuando le pregunté si era para los chicos me dijo que no, que era para sus gatos. Sinceramente, él parecía también un cuarto gato.

Arthur empezó a venir todas las mañanas a por su dosis de café necesaria para funcionar. Pensaba que como buen tío duro que parecía se pediría un solo largo o algo así. No, a él le iba más el café con chocolate o con caramelo. Qué os voy a contar, tiene buen gusto.

Las visitas de Taeja eran también más largas, casi como las de Jinho. Era un chaval particular; era muy guapo y lucía toda su ropa cual modelo sin siquiera intentarlo. Sin embargo, la forma en que se comportaba me recordaba más bien a un chico algo inseguro. Era muy cauteloso a la hora de elegir sus palabras al hablar y parecía bastante asustadizo... y torpe.

—Ves, por esto no soy tatuador, la que podría liar con lo manazas que soy —se quejó intentando ayudarme a recoger del suelo las servilletas que él había tirado sin querer.

—Bueno, le haces agujeros a la gente, no sé yo... —comenté mientras las volvía a ordenar encima de la barra.

Taeja había venido a hacerme una visita porque eran sus horas libres y se aburría. Como a mí me tocaba atender la barra y él se sentó ahí pudimos estar hablando un poco.

—No te preocupes, que la pistola la controlo —abrió los ojos como platos al darse cuenta de lo que había dicho y agitó las manos como si descartara una idea—. Quiero decir la de hacer pendientes. Oh Dios mío... —murmuró abatido, pasándose una mano por el pelo en gesto nervioso.

No pude evitar empezar a reír. Era como un niño a veces.

Recogí los vasos y las latas de una pareja de chicos que se acababa de ir y limpié su sitio, después de despedirlos.

—¿Cuánto tiempo lleváis haciendo esto? —le pregunté curiosa. Todos parecían bastante jóvenes, de mi edad más o menos, pero el local era muy profesional.

Taeja se lo pensó durante unos segundos, mientras clavaba sus ojos marrones en los míos. Tenía una peca debajo del ojo izquierdo.

—Bueno, un chico que no conoces y yo nos unimos a ellos más tarde —comenzó despacio, pensando y hablando a la vez—; pero creo que Arthur, que es uno de los que empezó —me aclaró asintiendo con la cabeza. Este chico gesticulaba mucho—, lleva tatuando unos cinco años. El local lo abrimos hace poco.

—Cierto, porque cuando conocí a Lucas frente al Eros me dijo que era nuevo en la ciudad —recordé. Me sentía orgullosa por ser capaz de seguirle la conversación a la par que preparaba comandas. Los cafés no se iban a hacer solos por muchas ganas de hablar que yo tuviera.

—Sí, llevamos aquí un mes escaso —admitió con una sonrisa tímida. Era adorable—. Aún no nos ha dado tiempo a conocer la ciudad entera.

—Pero os conocéis de antes, ¿no? —me resultaba muy cómodo hablar con él. Era verdad que yo estaba haciendo preguntas todo el rato pero no daba la sensación de estar haciendo un interrogatorio.

—Oh, sí, por supuesto —dijo asintiendo enérgicamente con la cabeza. Me despedí de unos clientes que se marchaban y Taeja lo hizo también por inercia. Fue gracioso ver su cara de vergüenza después—. Varios eran ya amigos de la infancia —siguió cuando se le pasó—, otros se conocieron por el trabajo... No lo sé, fue casi por casualidad pero llevamos sin separarnos prácticamente desde hace dos años y unos cuántos meses, creo.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora