26- También hago reformas de piscinas a domicilio

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La siguiente operación que llevaríamos a cabo con la mafia no se hizo esperar.

Estaba tranquilamente en el Ms. Pepper sirviendo unos batidos de chocolate a unos chicos cuando sentí mi móvil vibrar en el bolsillo interno del pantalón.

No, no puedo tener el móvil mientras trabajo pero, ya sabéis, tenía que estar atenta pues podía pasar cualquier cosa.

Tuve que esperar a mi descanso para mirar qué había pasado.

No había sido un mensaje ni una llamada. ¿Recordáis la cámara de vigilancia que pusimos en el edificio Eros donde guardaban los cuadros? Estaba preparada para mandar un aviso si había alguna actividad fuera de lo normal. Bueno, pues ahí estaba el aviso.

En el video que recogía esa actividad irregular se podía ver a seis personas: cuatro guardias de seguridad, una mujer vestida de traje con una tablet y cara de no querer estar ahí, y un joven repeinado con un reloj con pinta de valer más que mi apartamento.

Se trataba de un posible comprador de la colección de arte que nosotros queríamos: Un Mundo sin Luz.

No tardé en comunicárselo al jefe (por cierto, para los interesados, ya volvía a tener ventana). Tirando de hilos descubrimos que el chico en cuestión era Elon Tremp, un joven ricachón amante de 'la buena vida' y aficionado a usar su heredada fortuna en cosas de lo más dispares como la galería de arte, un edificio entero en medio del desierto o noches de fiesta en locales de dudosa legalidad.

Gracias a Lea no hubo que buscar mucho para ver que se hospedaba en el Gran Palace y que frecuentaba un club nocturno con fama de ser lugar de negocio de traficantes de droga.

Imagino que a estas alturas intuiréis quiénes fueron las dos encargadas de ir una noche a ese club y acabar con el tal Elon Tremp, ¿verdad?

Efectivamente, la señorita Rubio y yo.

Así que ese mismo lunes por la noche fuimos a por nuestro objetivo.

Esta vez no tuvimos que vestirnos de gala, o por lo menos, no tanto.

Un vestido negro satinado, corto, con la espalda descubierta y unas sandalias de tacón fino del mismo color hicieron el papel.

Me planché el pelo y me fijé los mechones delanteros blancos detrás de las orejas con horquillas de forma que me enmarcaban el rostro. El eyeliner kilométrico no podía faltar, por supuesto.

—No podemos matarlo en el club nocturno, es muy peligroso y llamaríamos mucho la atención —recordó Lea de camino. Mi amiga llevaba un vestido idéntico al mío pero en blanco. Sé que es guapísima, la veo casi todos los días, pero aun así no deja de sorprenderme.

—Pero si lo hacemos en tu hotel tiene que parecer un accidente para que no sospechen de ti —apunté acomodando su media melena rubia delante de sus hombros.

—Está alojado en una de las plantas más altas, ahí hay una piscina de cristal suspendida sobre la calle —recordó mi amiga dedicándome una mirada que no significaba nada bueno.

—Si se rompiera por error...

—Veo que me sigues —dijo feliz juntando sus manos sobre su regazo—. Y, por cierto —añadió al caer en una cosa—, no hay que preocuparse de que me reconozca, han comprobado en las cámaras de seguridad que no hemos coincidido en ningún momento.

No os voy a engañar, no había caído en aquello pero era todo un alivio.

Llegamos frente al club nocturno, cogimos nuestros abrigos y bolsos donde discretamente escondíamos una pistola y varios cuchillos, y entramos.

Tinta Negra [TN#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora