Bye-Bye

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Cuando Dante nació fue recibido por un tsunami de besos y abrazos por parte de sus abuelos y tíos del alma. Casi por unanimidad decidimos nombrar cómo padrinos a Lysandro y Helena, los cuáles estuvieron encantados de aceptar el nombramiento. Sin embargo, lejos de que Catrina y Liam dejen de pelearse la situación se agravó. Kentin había pedido una licencia especial en el trabajo para ayudarme en la casa y por tres meses no fue a trabajar al ejército, pero tampoco vimos un centavo de su sueldo por ese periodo de tiempo.

La casa había sido ampliada y ahora contábamos con otro dormitorio para nuestro hijo menor. No era un armario húmedo y oscuro cómo en Harry Potter pero tampoco una suite presidencial. En comparación de las habitaciones de sus hermanos mayores era bastante chica, aunque tenía todas las comodidades y una bonita vista a la pradera.

Me levanté temprano esa mañana, tenía cosas para hacer. Ya se acercaba fin de año y esperaba poder inscribir a Catrina en la misma escuela que iba Liam, nos ahorraríamos en transporte y en la cuota. La preparatoria Sweet Armonis había cerrado, en su lugar ahora funcionaba un terciario nocturno. Me había enterado cuando, pasando en el auto con los chicos había visto que su característico cartel había cambiado.

Bajé las escaleras con cuidado de no despertar a nadie, aunque apenas me escuchó bajar, Fuser levantó las orejas y me miró para luego seguir durmiendo. Pobre viejo, los años ya le empezaban a pesar... Me dispuse a preparar el desayuno para mi familia, con cuidado llené la tetera con agua y la puse al fuego. Tomé pan y encendí la tostadora para que se vaya calentando, esa tostadora funcionaba terriblemente mal. A raíz de un sapo que entró a casa y que Fuser intentó cazar, mi perro persiguió al animal por toda la casa, volteando cosas en su estampida, una de ellas fue esta tostadora, uno de los regalos de bodas que Gaeil nos había hecho.

Preparé la leche para mis hijos. Coloqué la mesa y exprimí naranjas para hacer jugo. Una vez que hirvió el agua preparé café para mi esposo y para mí, saqué la mermelada y la mantequilla. Escuché el despertador de nuestra habitación, Kentin ya debía de empezar a levantarse, ahora tocaban los niños.

Era increíble pensar que, a pesar de que tengan los mismos padres, Catrina y Liam eran muy diferentes entre sí, cómo agua y aceite. Cuando entré a la habitación de Liam mi hijo ya estaba despierto, abrochando su camisa del colegio.

-Buenos días, hijo -lo saludé. Liam dirigió sus ojos verdes, iguales a los de su padre, hacia mí.

-Hola, mamá -saludó de manera sencilla-. ¿Dormiste bien?

-Sí, cariño. Muchas gracias -respondí-. Ya está listo el desayuno.

-Gracias, en un momento bajo -dijo y continuó vistiéndose.

Liam tenía sólo siete años y ya se vestía sólo. Me dirigí al cuarto de Catrina y entré. La luz estaba apagada, al encenderla vi que mi hija aún seguía dormida.

-Catrina, ya es hora de levantarse -le dije mientras me acercaba a ella y la movía para que se despierte. Nada-. Catrina, arriba cariño. Hoy debes de acompañar a mamá a inscribirte en tu nuevo colegio, no puedes quedarte sola en casa.

-Déjame en paz -murmuró e intentó seguir durmiendo.

-Catrina, arriba. Ahora -le ordené.

-¡Qué molesta eres, mamá! -se quejó mientras abría los ojos y se incorporaba en la cama-. Ya está, ya me desperté.

Le quité la camiseta que usaba para dormir y empecé a vestirla mientras ella bostezaba con fuerzas. Le coloqué un jean, una camisita, sus tenis y la tomé en brazos.

-Vamos, a desayunar -dije, salí de la habitación de mi hija y vi a Kentin que ya estaba despierto y vestido, pero muy ojeroso. Había estado trabajando muy duro estas últimas semanas para poder pagar la ampliación de la casa.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora