Internado

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Las primeras semanas luego de dejar a Kentin en el Centro de Recuperación fueron un completo infierno. Catrina no me hacía caso en absolutamente nada, ya no sabía cómo controlarla, hasta que se me ocurrió una idea.

En la siguiente visita semanal en la que fuimos al Centro a ver a mi esposo, le hablé de la mala actitud de Catrina. Mi esposo respondió como había imaginado que lo haría: Miró a su hija con sus ojos verdes encendidos fuego y le dijo sólo cuatro palabras: hazle caso a tu madre. Bastó eso para que Catrina sea mucho más dócil.

Aunque siendo sinceros, mi hija se veía decaída, sus notas habían bajado y según su maestra de ballet ya no tenía las mismas energías ni ganas de bailar. Algo estaba pasando.

Pedí hablar con la psicóloga del colegio, una mujer muy amable llamada Mabel que me atendió en su despacho, debía de tener unos cuantos años más que yo, pues no aparentaba más de cuarenta; tenía el cabello castaño, de corte medio, y muy bonitos ojos verdes, delgada y andar seguro. Su lugar de trabajo estaba lleno de recortes y carteles fomentando la autoestima y el respeto, tenía una foto de su familia, un niño rubio de ojos celestes y una niña, muy parecida a su madre, junto a un hombre que imaginé sería su esposo y padre de sus hijos, como adorno principal de su escritorio y todo el lugar olía muy bien.

-Adelante, señora. Tome asiento -dijo señalándome la silla delante de su escritorio-. ¿En qué puedo servirle?

-Se trata de mi hija, Catrina O'Connor, está en segundo grado "B" -le dije mientras le mostraba una foto de ella en mi billetera-. Es muy rebelde, siempre ha sido así, pero desde que su padre se fue a la guerra y perdió una pierna que ahora está peor.

-Me imagino, debe ser muy duro para Catrina. Hablaré con ella y veremos qué se puede hacer. Déjeme decirle que tiene una niña preciosa -dijo la psicóloga.

-Sus hijos también son muy bellos -dije mirando la fotografía que tenía.

-Aunque esta foto está desactualizada, mi hija mayor ya tiene veintiséis años, y mi hijo tiene veintidós -respondió mirando su foto con cariño.

-Supongo que siempre serán nuestros bebitos queridos -sonreí.

-¡Es cierto! Aunque mi hija estudia Leyes y vive sola siempre la veré como mi nenita; ya le queda pocas materias.

-Seremos futuras colegas, entonces.

-¿Usted es abogada?

-Sí, aunque ejerzo muy poco la profesión, soy más madre y esposa que otra cosa.

La psicóloga rio con ganas.

-Es una profesión muy noble, la más noble de todas. Aunque mi hija... Creo que ni ella sabe qué es lo que quiere. Tiene una facilidad tremenda para los idiomas, aprendió portugués sólo con viajar a Brasil con nosotros, de vacaciones, habla el inglés con la misma facilidad que el español y está aprendiendo francés sin ayuda de nadie. De hecho, aprendió a tocar la guitarra por sí sola, a dibujar, a pintar, siempre dice que se crio sola. -ambas nos reímos con ganas, su hija y William tenían mucho parecido, mi hijo también había aprendido muchas cosas solo-. Quiere ser miembro de las Naciones Unidas, ir al África a salvar niños del hambre, ama a todos los perritos callejeros y su mayor sueño es ser escritora.

-Parece que está muy orgullosa de ella -le dije.

-Lo estoy, es el Sol que ilumina nuestras vidas.

-¿Y su hijo? -le pregunté.

-¿Juan Manuel? Es bastante rebelde, atolondrado, se lleva muy mal con su hermana... O ella se lleva muy mal con él, la verdad no sé... Pero es un buen chico. Todavía no sabe qué hacer con su vida, qué estudiar, de qué trabajar... Está en contra del sistema, y eso le molesta mucho a su hermana, ella es muy recta, salió a su papá... Juan Manuel es más liberal, ella no, es un cubo. Y por eso chocan tanto, pero se nota en el fondo que lo quiere: Lo quiere matar, pero lo quiere. Le duele mucho que su hermano sea así -me respondió.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora