Naricita Roja

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¡Este capítulo va dedicado especialmente a todos los miembros de Narices Felices Payasos Hospitalarios de Salta y a todos los payamédicos y doctores de la risa del mundo!

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Abrí los ojos lentamente, me sentía mareada y confundida... Lo último que recordaba era el estar tendida en una camilla pronta a entrar a la operación... ¡La operación! Quise levantar una mano para verificar con mis propios dedos si mi seno aún seguía allí, pero una mano fuerte y varonil me lo impidió.

-El cirujano me pidió que no te tocaras... Por el momento -dijo la voz de mi esposo. La visión se me empezó a aclarar y el rostro de Kentin se materializó, había una sonrisa en él-. Bienvenida de regreso, mi amor.

-Hola -murmuré. Tenía la boca seca, me humedecí los labios-. Agua...

-Lo siento, amor. Pero no puedo darte nada, tienes que aguantar un poco -dijo Kentin y me alcanzó lo que parecía ser un trozo de gasa-. Mójate los labios con esto. Sé que la sed te puede volver loco, esto te aliviará.

Tomé con la punta de los dedos la gasa humedecida y la posé sobre mi boca. Unas gotitas de agua fresca se colaron por un huequito y acariciaron mi lengua seca.

-Todo salió bien. Sacaron un poco más para evitar complicaciones futuras y que el cáncer no vuelva a avanzar. Perdiste el seno derecho. pero... aún conservas el izquierdo. La quimioterapia funcionó -dijo Kentin, sonreí agradecida, ya que mi temor no era perder un seno, sino ambos-. Los niños están con Gaeil y tu mamá y papá ya van entrando tres veces para verte, pero aún no habías despertado de la anestesia, ¿cómo te sientes?

No podía hablar, pero levanté la mano derecha con cuidado por el suero y me señalé la cabeza. Kentin me entendió enseguida.

-¿Mareada? -preguntó, yo asentí-. Es normal, mi amor. Es el efecto de la anestesia, ¿te duele el seno?

Nuevamente recurrí a la mímica, me encogí de hombros.

-No lo sientes, ¿verdad? -negué con la cabeza-. Mejor así, al menos tampoco sientes dolor. Tuviste pesadillas mientras dormías, llorabas y gemías en sueños. Decías que no querías que te lastimen, tuvimos que atarte a la cama porque no parabas de mover los brazos, teníamos miedo de que te arranques las vendas.

Me señalé la muñeca izquierda, dónde normalmente iba mi reloj.

-¿Qué cuánto tiempo estuviste dormida? -preguntó Kentin, asentí-. Cerca de dos horas, llevo leyendo todo este rato.

Me mostró el libro que estaba leyendo: Bajo la Misma Estrella.

-Las chicas del pabellón de oncología me lo prestaron hasta que despiertes; no sé porque ese lugar está lleno de libros que sólo hablan del cáncer -murmuró con una mueca en su cara-. Creo que deberían leer algo que las saque de esa realidad, ¿no crees?

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora