Allegra

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Acompañé a Dante a su primer día como universitario, se había graduado con honores del Salesiano y estaba a punto de embarcase en su carrera como psicólogo

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Acompañé a Dante a su primer día como universitario, se había graduado con honores del Salesiano y estaba a punto de embarcase en su carrera como psicólogo. Mi hijo menor se había transformado en un jovencito bueno y dulce, caritativo y solidario; la natación le había dado un buen físico, delgado y atlético, y a sus diecisiete años lucía un orgulloso metro setenta. Mientras manejaba la Ford vi de reojo a mi hijo que miraba distraído por la ventana, observando el paisaje de la ciudad. Sus ojos oscilaban entre el azul verdoso del mar caribeño y el verde azulado de la piedra agua marina, su cabello castaño lacio y sedoso hoy estaba un poco rebelde, levantándose por la coronilla pero cayendo con serenidad en su frente.

Como había terminado la enseñanza básica obligatoria ahora estaba más relajado en cuanto a su apariencia, seguía siendo tan pulcro como siempre pero ahora una bonita barba le enmarcaba el rostro, haciéndolo lucir más maduro de lo que ya era. Para su primer día de universidad había elegido vestir un lindo jean oscuro con zapatos, una camisa blanca inmaculada y un saco de vestir. Sin lugar a dudas tenía el perfil de un psicólogo, ¿en qué momento mis hijos habían crecido y abandonado el nido?

Llegamos a la Universidad pero tuve que estacionar un poco alejada de ella por el tamaño de la camioneta, una vez que apagué el motor dejé escapar un suspiro.

-Bien... -murmuré, seguramente mi hijo quería dar ese gran paso él sólo-. Te estaré esperando en casa cuando salgas, amor.

Dante me miró sorprendido.

-¿No me vas a acompañar? -preguntó. Lo miré sin entender.

-Pensé que querías ir sólo.

Dante rio mientras tomaba su mochila.

-A mí no me molesta que me acompañes, mamá. Gracias a Dios que te tengo conmigo, y papá hoy no pudo venir por el trabajo así que sería lindo que me acompañes en estos últimos pasos de adolescencia para entrar en la adultez, -dijo con una bonita sonrisa en su cara- ¡pero no me limpies el rostro con tu saliva, por favor!

Una carcajada se escapó de lo profundo de mi estómago; pues una vez, en el colegio cuando tenía quince años, delante de todos sus amigos le limpié una mancha que tenía en su cara untando mi saliva en un dedo. Menudo bochorno que le hice pasar.

-Por supuesto que no -dije.

Bajamos de la camioneta y fuimos caminando hasta la puerta principal de la Facultad de Psicología y Filosofía, el edificio tenía seis pisos y era viejo, necesitaban remodelarlo con urgencia; de hecho era el típico edificio soviético de hormigón armado con ventanales enormes, y arriba de todo, las siglas UNALI, coronaban la imponente estructura: Universidad Nacional del Litoral. Subimos las escaleras que llevaban hasta la entrada y Dante empujó la puerta de vidrio para permitirme pasar a mi primero.

Había muchos chicos yendo y viniendo, seguramente los ingresantes tratando de ubicar sus aulas y los chicos que ya venían de años anteriores.

-¿Quieres que te acompañe hasta el aula de tu primera clase? -pregunté.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora