Problemas con Catrina

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-Catrina

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-Catrina... -la llamé. Mi hija giró la cabeza sin reconocer mi voz, pero cuando sus ojos se cruzaron con los míos el color abandonó su rostro y se tiñó de blanco.

-Vete... -le dijo al chico, el muchacho no la entendió, pero mi hija insistió mientras yo me acercaba caminando-. ¡Vete, te dije!

-¿No me darás otro beso? -preguntó. No pude ver su cara completamente, pero su voz era bastante masculina para tener la edad de mi hija, ese detalle me hizo pensar que en realidad no había sido el compañero de danza de mi hija quién había llamado hace unos días, sino aquél muchacho.

-¡Que te vayas! -insistió. Aceleró la motocicleta y se fue, mientras mi hija y yo nos mirábamos una a la otra. Ella con terror en sus ojos y yo con desilusión.

-¿No era que no tenías tiempo para relaciones? -le pregunté. Catrina no me respondió-. Vamos a tomar un café.

-Tengo que entrar a danza... -susurró.

Iba a responderle que si tenía tiempo para perder con un chico al que yo no conocía también, podía perder tiempo con su madre, pero fui más diplomática porque sabía lo que cada clase significaba para ella.

-Entra a clases, yo te espero fuera del salón y luego iremos a tomar un café y a hablar de esto -le aseguré.

Y para que no queden dudas de lo que acababa de decir, entré a la academia junto con ella. Mi intención principal había sido ir allí para convencer a su profesora que no hacía falta diseñar quince variaciones del mismo tu-tú para mi hija, siendo que Carmen tenía sólo cinco trajes distintos a lo largo de todo el ballet.

En aquella Academia el blanco imponía pulcritud y perfección, fiel compañero del marrón oscuro de rebordes, suelo y de las barras. Había en total cinco salones distintos, tres de ellos siempre ocupados con los bailarines, uno para pilates y otro vacío para aquellos obsesivos de la danza, como mi hija, que querían bailar más del tiempo estipulado en la paga de la cuota. Aquél lugar también se extendía hacia arriba, dos pisos más para ser exacta, y en el último piso estaba el salón de los Avanzados, no era raro que los más inexperimentados vayan a ver bailar a sus superiores, soñando que algún día ellos también usarían ese salón.

También había un pequeño bar con colaciones en venta (sólo yogurt, frutas y barritas de cereales), bebidas sin azúcar, indumentaria de danza y elementos de primeros auxilios para curar las heridas de los bailarines como dedos ampollados, lastimados, y otros gajes del oficio.

-Hola, Caty, llegas temprano -dijo la secretaria. Una mujer morena de enormes ojos marrones que la saludó desde el otro lado del mostrador.

-S-sí... Vine para calentar y practicar la variación del inicio -dijo mi hija con un hilo de voz mientras firmaba algo que la secretaria le tendía; al parecer era la lista de asistencia.

-¿Ella es tu madre? -preguntó, mi hija asintió y se perdió por la puerta del vestidor de mujeres.

-Hola, ¿qué tal? ¿La maestra de Catrina aún no ha venido? -pregunté.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora