Ayuda

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La llegada del otoño trajo consigo una congestión nasal en todos los que conocía, incluidos mis hijos y yo. Los chicos no podían ir al colegio en esas condiciones, así que se quedaron en casa hasta que se les pase la enfermedad; evitaba que Dante esté con sus hermanos, por miedo a que él también se contagie, pero mi hijo menor lloraba a través de la puerta de sus habitaciones, pidiendo por ellos. Así que tuve que ceder, con la única condición que tanto Liam como Catrina usen barbijo en su presencia.

Yo también había caído enferma por culpa de los cambios de temperatura. Era una cosa de locos, por la mañana hacía tanto frío que el vidrio de la camioneta estaba congelado, llegado el mediodía hasta las seis hacía un calor tan insoportable que tenía que estar con ropas livianas y una vez que caía el Sol volvía el frío. Así no había cuerpo que aguante.

Kentin, harto de vivir de arriba como él decía, se había concentrado en pedir la reincorporación al ejército, aunque sea de instructor o de oficinista. El ejército estaba estudiando su solicitud pero era muy probable que sea rechazada, ya que mi esposo no estaba cumpliendo con las visitas semanales al psicólogo y al grupo de contención.

-No necesito ninguna contención más que la de mi familia -dijo mientras terminaba una maqueta del sistema solar con Liam para su clase de Ciencias Naturales.

-Amor, entiende que nosotros te podemos dar cierto apoyo, pero tú necesitas ayuda profesional -dije de brazos cruzados. Había veces que Kentin estaba más testarudo que nunca, y no había forma de hacerlo cambiar de idea. Sin embargo, los ataques de pánico eran cada vez más frecuentes en él. Se nos hacía casi imposible sacarlo de la casa para ir a cualquier sitio, los paseos en familia duraban sólo unos minutos pues Kentin se ponía duro como roca, su respiración se entrecortaba y buscaba desesperadamente apoyar la espalda de su silla de ruedas contra una pared. Se ponía peor cuando más gente había, los ruidos fuertes como bocinazos y explosiones de caños de escape lo ponían de los nervios. En una ocasión, para la fiesta de la fundación de la ciudad, hicieron un espectáculo de fuegos artificiales; Kentin se encerró en un baño público cercano y gritaba órdenes confusas a soldados imaginarios. Tuvimos que llamar a una ambulancia para poder tranquilizarlo, fue una experiencia bastante fea para todos, pues Kentin se negaba a abandonar el lugar donde estaba, tuvieron que entrar los paramédicos y sedarlo a la fuerza, y sólo entonces pudimos llevarlo a casa.

-Las cosas se están saliendo de control -le dije a Rosa que estaba cargando a su hija, Antoniette, en brazos. La niña llevaba los genes contrarios a los de su hermana Amelie, quien tenía los ojos amarillos de Rosa y el cabello negro de Leigh; en cambio, la menor de los Ainsworth tenía ojos negros y cabello plateado. Parecía un bebe vampiro salido de Crepúsculo. Después de mucho tiempo sin vernos, le pedí a Gaeil que cuide de los niños y de mi esposo. Yo necesitaba pasar tiempo afuera. Nos habíamos encontrado con Rosa en un café céntrico, y con té con torta de por medio, nos estábamos poniendo al día.

-Deberías llevarlo a un psiquiatra, no puedes llevar todo el peso de esta situación tú sola, Annie -susurró Rosa mientras dejaba a Antoniette en su carrito, la niña dormía a gusto.

-No quiere saber nada con esas cosas, no puedo ni convencerlo de tomar las medicaciones que el mismo doctor del ejército le recomendó para tranquilizarse -susurré. Mi té humeaba, dejando un delicioso aroma a limón y hierba buena-. No quiere ir al grupo de contención, no quiere salir de casa, las pocas veces que salimos tiene esos ataques y ahora tampoco quiere tener intimidad conmigo.

-¿Qué cosa? -preguntó Rosa abriendo mucho sus ojos amarillos. Yo la miré.

-Desde que llegó que no hemos hecho el amor -susurré, cuidando de que nadie nos escuche. Rosa me miró sorprendida.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora