¡Es mi patria, es mi tierra pero eres mi esposo!

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No pude decir nada, estaba estupefacta, anonadada, shockeada... No encontraba calificativos para describir ese agujero negro que se abrió en mi pecho en ese momento.

-Aún queda saber si me van a llamar -dijo Kentin mientras se sentaba en la cama y apoyaba sus brazos en las rodillas-. Todavía nos queda esa esperanza.

-Kentin... -susurré, era incapaz de decirle nada, todo lo que pensaba en ese momento era poco importante para mí. Quería gritarle "¡te lo dije!" pero no podía, no podía ser tan desgraciada para gritarle eso, él no tenía la culpa. Se notaba el terror en cada suspiro que daba mi esposo, él iba a correr el riesgo de morir, ¿qué derecho tenía yo de decirle nada? Lo único que atiné a hacer fue acercarme a él con cautela y rodearlo con mis brazos, le acomodé la cabeza en mi estómago y lo abracé con fuerzas. Kentin me rodeó el cuerpo con sus brazos y me abrazó.

Nos quedamos así un rato largo, disfrutando de, lo que podría llegar a ser, uno de nuestros últimos momentos juntos. Sentí su perfume, su calor, su sangre fluyendo por sus venas, su respiración agitada, sentía cada célula de su ser.

Kentin tomó una de mis manos y la besó, hizo que me sentara en la cama y me miró con dolor en sus ojos.

-Hay muchas cosas de las que tenemos que hablar, Annie -susurró. Yo tragué saliva y esperé a que hablara-. Por favor, presta mucha atención. Tengo seguro de vida, eso ya lo sabes, pero como tenía miedo de que los niños lo dibujaran lo cambié de lugar. Está junto a los papeles de la casa, el seguro de tu auto, mi seguro de sepelio y otros papeles importantes, están en mi cajón de ropa interior, en el armario. Si yo llego a morir Gaeil te ayudará en todo lo que necesites, lo mismo que mi padre. Los niños tienen pagado todo lo que queda del año escolar, y estamos al día con las cuentas. Antes de que me vaya, me van a dar dos semanas sin actividad para poder pasar tiempo con ustedes. Durante esas dos semanas trataré de dejar la casa en orden y llevaré tu escarabajo al mecánico. Si precisas de algo, no olvides que mi hermano está aquí para ayudarte.

Yo asentí, no podía hablar, ¿qué sentido tenía decirle cualquier cosa? Pero le di a entender que había grabado todas y cada una de sus palabras. Sólo le hice una sola pregunta.

-¿Cómo se lo decimos a los niños?

Kentin se quedó duro. No había pensado en eso.

-Primero hay que esperar a que me llegue la notificación, entonces... Tendremos que ver cómo se lo decimos a Liam y Catrina -suspiró. Yo asentí-. Vamos a dormir, mañana será un largo día.

Rogaba a Dios que mi esposo no sea solicitado. Mi suegro no me había dado muchas esperanzas.

-No puedo hacer nada, Annie. Si esto hubiera pasado antes que me jubile hubiera movido cielo y tierra y usado toda mi influencia para evitar que mi hijo vaya a la guerra -dijo Thomas a través del teléfono cuando lo llamé llorando, suplicándole que lo salve-. Pero este nuevo director no va a hacer distinción, hay muchas probabilidades que a Kentin lo llamen. Vas a tener que irte preparando, pequeña. Se viene una parte muy oscura para ti, deberás ser fuerte, por tu esposo y por tus hijos.

Los grandes cambios para acondicionar a Kentin para la guerra empezaron a llegar, más cansancio, más golpes, Kentin se aislaba mentalmente con más frecuencia.

Cuando llegué a casa del trabajo, me sorprendió no ver a Julie con los niños, de hecho la casa estaba en silencio. Sólo estaba Kentin en la mesa del comedor, tenía una botella de cerveza entre los dedos y todavía llevaba el uniforme del ejército, pero algo me llamó la atención: Estaba rapado, su cabello ya no estaba. Al escucharme llegar levantó la cabeza y me miró.

-Me mandan a Kuwait -anunció. Yo me quedé dura. Si bien ya había asimilado que mi marido se marchaba, aún tenía la estúpida esperanza que no lo llamaran, que no sea él uno de los enviados al matadero-. El primer domingo de junio.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora