Pain

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-¡Despierta! -me gritó una voz mientras recibía una patada en la pierna herida. El dolor atravesó mi cuerpo y abrí los ojos de par en par. Estaba en un cuarto sin ventanas, bien iluminado y rodeado por algunos de mis compañeros de unidad. Me encontraba atado de manos pero no de pies, observé la herida en mi pierna y me afligí al ver que una enorme mancha de sangre bañaba mi pantalón militar de rojo oscuro. Reconocí a Gabriel a pesar de estar con toda la cara magullada, Daddy estaba un poco más allá contra la pared. Pancho sangraba por la cabeza y Bucky me miraba con el único ojo que tenía a la vista, ya que el otro estaba tapado con un parche sangrante. Todos estaban atados de manos.

-¿Dónde estamos? -pregunté.

-En algún sitio -respondió Daddy. Intentó acomodarse contra la pared, pero el dolor atravesó su rostro-. Los yihadistas invadieron el campamento y nos trajeron aquí con las cabezas tapadas.

-La invasión es lo último que recuerdo -gruñí. El dolor en mi pierna se intensificaba y me costaba hablar sin tener espantosas ganas de vomitar.

-Estamos muertos -sollozó Bucky mientras no dejaba de llorar-. Jamás volveré a ver a Jay.

-Me importa un carajo que no veas a tu novio, puto -dijo Gabriel mientras lo miraba con asco-. Lo único que me interesa es salir con vida.

-Gabriel, compórtate o te patearé hasta que se me acalambren las piernas -le advirtió Daddy. Suspiró mientras observaba cada rincón de la habitación dónde nos encontrábamos, pero era inútil. Era una caja de cemento, sin una sola ventana o conducto de ventilación, salvo uno sólo dónde como mucho entraría un brazo. La única salida era la puerta de acero, la cual estaba cerrada-. Tiene que haber una forma de salir.

-Sí, en una bolsa de basura -rio Gabriel. Fui yo quién le metió una patada.

-¡Córtala ya! -dije. Gabriel me devolvió la patada.

-¡No te metas, O'Connor!

-¡La cortan los dos! -dijo Daddy mientras nos pateaba a los dos-. ¡Carajo, tienen el mejor entrenamiento de la unidad y se comportan como quinceañeras por un muchacho!

Alguien gritó algo en árabe mientras golpeaba la puerta del otro lado, al parecer quería que nos callásemos.

-¿Tienen idea cuánto tiempo llevamos aquí? -pregunté.

-No. No hay forma de saberlo -dijo Daddy-. Me quitaron mi reloj digital.

-¿Qué día era cuando nos atacaron? -pregunté. Tenía muy pocos recuerdos de lo sucedido.

-24 de Julio -dijo Bucky.

-Como mucho estaremos presos desde hace sólo unos días -dijo Daddy.

Alguien intentó abrir la puerta desde el otro lado. Unos yihadistas con los rostros al descubierto entraron mientras nos gritaban cosas en árabes que no podía entender pese a que Aisha me había enseñado algo de su idioma. Me tomaron de las axilas y me obligaron a levantarme. Tuve que colocar todo mi peso en la pierna sana e ir dando saltos a donde estos hombres me querían llevar. Antes de cruzar la puerta me colocaron una funda negra en la cabeza para que no vea nada, así que me valía de esos hombres que me llevaban a dónde ellos querían.

Escuchaba conversaciones en árabe, gritos, olor a comida cocinándose y sentía mucho calor. Finalmente, me sentaron en una silla y me quitaron la funda de la cabeza. Pardeé para que mis ojos se acostumbren a la luz que entraba por la ventana, era de día. Había pasado toda la noche encerrado. O eso creía yo. Un hombre alto y de tez blanca, con la cabeza rapada tan brillante por el sudor que parecía que la habían encerado estaba de espaldas a mí viendo la televisión, usaba una camisa blanca que con la tierra del desierto ya era color marrón muy claro. Se dio vuelta y me miró. Lo reconocí de inmediato. Abu Abdullah, uno de los ingenieros en logística del Estado Islámico.

Corazón de Melón con Fresa (libro #4)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora