61. GUARDA EL SECRETO

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CARMEN 

El agua recorría mi espalda, mientras pensaba en todo lo que había pasado hace unos momentos. La decisión de tomar una ducha me parecía muy buena idea, pero no estaba tomando en cuenta que normalmente significaba estimular mi preocupación, el compas de las pequeñas gotas que recorrían mi cuerpo, hacía que le diera vueltas a las situaciones que me incomodaban.

¿Por qué se molestó tanto el señor Samael con nosotros?, a ciencia cierta no sabía cómo era el ángel e hijo primogénito de Dios, pero su reacción al vernos a Velkan y a mi, me desconcertaba. ¿Acaso estaba cometiendo un pecado mayor al involucrarme con un vampiro?, tal vez era eso, era la explicación más lógica que podía encontrar ante la respuesta del peli-plateado.

Lo peor, era que le daba importancia y el asunto rondaba constantemente mi cabeza, sabía que la reacción del señor Samael no era nada personal, pero que nos vieran él y mi hermano seguía siendo humillante. 

Suspiré, cerré la llave del agua y envolví una toalla en mi cuerpo para después envolver mi cabello en otra.- ¡Ay, ay, ay!.- Moví la cabeza con decepción y desesperación.- Pero que seres tan extraños son mis amigos, a mis dieciséis años me imaginaba sólo teniendo una calificación perfecta en mi semestre, ¡¿Quién hubiera previsto que mi novio iba a ser un vampiro, que mis roomies serían un ángel y un demonio y que yo terminaría siendo una bruja?!- Abrí la puerta del cuarto de baño y me acerqué al pequeño armario para buscar el conjunto que usaría en el transcurso del día.- Samael mejor conocido como Lucifer, regañándome como una niña inmadura por acostarme con el Conde Drácula.- Reí con ironía y malestar, fruncí un poco las cejas, quité la toalla de mi cuerpo y proseguí a ponerme el sostén y el bikini.- Decirlo en voz alta suena más incierto de lo que parece en la realidad.- Intenté meter una de mis piernas en mi pantalón pero tropecé y caí en medio de la cama con los leggins en medio de mis pantorrillas. Los pantalones definitivamente eran de mi talle, pero la humedad de mi piel impedía que subieran correctamente y se quedaron pegados en esa parte de mi cuerpo sin inmutarse y, aparentemente, sin la más mínima intención de avanzar a mis caderas.- ¡Carajo!, ¿Y ahora qué?.- Me levanté de mala gana y comencé a forcejear para sacar el pedazo de tela de mis piernas, busqué un pans o algún short para no batallar y que mi mal humor no empeorara.

No pensaba con claridad los movimientos de mi cuerpo, solo me movía por inercia. Después de haber dado varias vueltas por el resbaloso piso paré mi andada en seco, me di cuenta de lo que hacía y tomé consciencia de mí misma otra vez.- ¡Mi cabello!.- Dije. Tomé el cepillo y lo incrusté con brusquedad en la maraña que se había formado en mi cabeza, jalé sin compasión el pedazo de plástico sin considerar que eso ocasionaría daño en mi pelo.

- Vaya que te ves enfadada.- Una voz conocida proveniente de la entrada de la puerta llamó finalmente mi atención, logrando sacarme de mi pésimo estado de ánimo. 

Alcé una ceja con confusión.- ¿Caleb?- Mis manos dejaron de moverse solas cuando roté la cabeza para mirar a mi hermano; gracias a eso el cepillo se encontraba colgado de mis enredados cabellos.

- El mismo que viste y calza.- Entró con una sonrisa burlona en su cara de niño bonito.- Llevaba golpeado la puerta un rato pero ante la falta de respuesta me asomé para ver si estaba tocando en la puerta correcta.- Se sentó en la orilla de mi cama y con su mano me llamó como a un cachorro pequeño. Al estar tan concentrada en mis pensamientos, ni siquiera lograba prestarle atención a los sonidos que la madera producía cuando Caleb llamaba con su puño para pedir permiso para pasar. 

Caminé con confusión hasta donde se encontraba y me senté a un lado de su cuerpo.- Te ayudo con eso.- Quitó con cuidado el cepillo de mi cabeza, separó en porciones mis cabellos y con un movimiento cariñoso y cuidadoso cepillo mis puntas para ir desenredando poco a poco los nudos. No dije ni hice nada, respiraba para calmarme y lentamente fueron regresando a mi memoria recuerdos de cuando Caleb y yo teníamos unos diez años menos y él era quien me peinaba para ir al colegio; no podía quejarme del hermano que tenía, seguramente era el mejor de todo el mundo y sabía que sería el mejor padre del universo si decidía tener hijos.- Eres soliloquia igual que mamá.- Me sacó de mi ensimismamiento al hablar de repente, rompiendo mi concentración y borrando la curva de nostalgia que generaban los hermosas imágenes de nuestra infancia juntos.  

FUERA DE LUGAR (EN PROCESO DE EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora