23. DESGRACIA

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Llorar no siempre es malo, ni mucho menos sinónimo de debilidad, a veces llega a expresar lo que no puedes decir con palabras y ayuda a aliviar el dolor del alma

CARMEN

La semana transcurrió con cotidianidad, sin tomar en cuenta que tuve que dedicar más tiempo en hacer la exposición que Alejandra y Gabriela arruinaron. Mauricio tomó una actitud un poco temerosa hacia mí y cada que nuestras miradas se encontraban inmediatamente volteaba a otro lado. Había aprovechado no tener algunas clases para comenzar a leer el libro de la Odisea que había dejado el profesor Abraham. Después de estarlo pensando, por fin había logrado resolver el conflicto que tenía con el dinero para comprar los libros faltantes: tendría que tomar mis ahorros que había estado guardando por meses para poder comprar un mejor teléfono para hacer mi tarea. Iría hoy, que era inicio de fin de semana para comprarlos.

Al estar hablando con Velkan me di cuenta que realmente estaba muy estresado con sus visitas y tomé la decisión de no decirle que me acompañara para que no tuviera otra cosa por la cual preocuparse. Salí un poco tarde porque había estado ayudando a mi abuela con el orden y la limpieza de la casa. El reloj estaba a punto de marcar las seis de la tarde, solo faltaban tres minutos; no había preocupación en mi porque el lugar se encontraba en el centro de la ciudad y mi casa se encontraba relativamente cerca, podía llegar inclusive hasta caminando. Nadie me acompañaba, mi madre estaba trabajando igual que mi hermano, mis abuelos eran demasiado mayores para salir y no tenía una relación muy cercana con mi tío.

Por obvias razones, tomé el metro más cercano a mi hogar, iba muy corta de tiempo y no tenía ni la menor idea de cuando cerraba el lugar.

El transporte se encontraba demasiado vacío, a excepción de unas tres o cuatro mujeres a parte de mí. Tenía miedo porque era una de las pocas veces que salía sola, pero gracias a las fuerzas superiores había llegado a tiempo y con bien al sitio, nada malo sucedió.

Entre a la librería y era de esas típicas que vendían libros usados o defectuosos, el encargado era un señor ya muy entrado en edad.- Buenos noches jovencita, ¿En qué puedo ayudarla?.- El anciano con un tono muy amable me saludó.

- Buenas noches.- Le devolví el saludo.- ¿De casualidad tienen el libro de La Ilíada y de Patroclo?.- Recargué mis manos encima del viejo escritorio.

El hombre me hizo una señal para que esperara y comenzó a hojear un viejo cuaderno que tenía el registro de libros.-                               ¡Oh¡, ¡Si!, ¡Aquí está!, se encuentra en el pasillo de clásicos griegos.- Me sonrío con una cara muy amable, para ser sincera se veía como una pasita muy adorable.- Esos carteles colgados en cada sección son los que te guiarán, adelante jovencita.- Asintió con su cabeza para que pasara al lugar.

Sin más accedí, la librería era muy grande y para ser antigua como lo parecía era muy bonita, tenía un toque muy colonial muy característico. Al entrar al pasillo me encontré con estantes y estantes llenos de libros, sin poderme controlar se me escapó un pequeño grito de emoción. Me percaté de que había un chico ahí y había llamado su atención al gritar, me cubrí el rostro con una de mis manos, luego miré nuevamente al joven y me sonrió como si el hacer eso le hubiera causado gracia y sin poder evitarlo también le sonreí.

Fui leyendo los lomos de cada libro hasta que encontré los que buscaba, los tomé de una manera muy brusca, lo que provocó que algunos pares se cayeran, dejé mis libros en un lugar para apartarlos y comencé a recoger los que por mi descuido se encontraban en el suelo. De un momento a otro sentí a mi lado como alguien me ayudaba.

- Te ayudó.- Sonó una voz que evidentemente era de hombre.

- ¡Lo siento, a veces suelo ser muy torpe!.- Le dije a quien quiera que fuera.

FUERA DE LUGAR (EN PROCESO DE EDICIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora