The soul of the sea

Capítulo 50

Briseida seguía descansando, pero al fin habían podido trasladarla a una verdadera cama. Gerd se encontraba en el salón agarrando con fuerza el vaso de cerveza mientras rememoraba lo ocurrido.

—Nos dirigíamos de vuelta al reino de Harald, no permanecemos más de un día en cada pueblo para no llamar la atención. — Tomó un corto sorbo. — Nos detuvimos en un pequeño poblado para pasar la noche y lograr vender algo. Todo fue bien, hasta que llegó la mañana. Yo estaba con Galia preparando el carro para continuar nuestro camino, Briseida permanecía en el centro terminando las últimas ventas cuando unos hombres llegaron montando a caballo. — Se le quebró la voz por el dolor y la rabia. — Briseida me indicó que protegiera a nuestra pequeña, le dije que se quedara con nosotros, pero se negó, quería alejar a los hombres de Galia. Me escondí con la niña en el carro, bajo las mantas hasta que los gritos en el exterior se enmudecieron. — Frotó sus ojos a causa de las lágrimas que amenazaban con salir. — Al salir Briseida se acercaba como podía a nuestro carro, la tomé aprisa, la subí al carro y vine lo más rápido que pude.

—¿Sabes quiénes eran esos hombres? — Gunnhild miraba preocupada el fuego de la chimenea.

—No, jamás los había visto.

—Quizás Briseida los conozca, hablaremos con ella cuando mejore. — Ligia tomó su copa para darle un pequeño sorbo. — O si no, quizá alguna otra comerciante haya escuchado o visto algo, de ser así pronto tendremos noticias.

—Informaré a Björn para que esté atento también. — Gunnhild se recostó sobre su silla.

Ubbe miraba fijamente a Kjetil mientras bebía de su vaso, la comida había empezado a escasear y temían morir de hambre. Melia se excusaba de vez en cuando para salir a pescar, pero no podía traer alimento suficiente para todo el asentamiento. Pero todo cambió la mañana que una ballena apareció varada en la playa, pues lo que creían una salvación se había tornado en castigo al apropiarse de todo el cuerpo el hombre a quien ahora clavaba su mirada.

—Los ánimos están caldeados. — Kai miraba a su alrededor, la reunión acababa de comenzar y la negativa de Kjetil y su familia a compartir el alimento no ayudaba con la convivencia.

—Encontraremos una solución. — Torvi apretó su mano con una pequeña sonrisa.

—No creo que sea tan fácil... — Kai negó levemente.

—Voy a salir, creo que es mejor que Ragnar no esté aquí. — Melia informó a Ubbe.

—Madre — Kai susurró mientras caminaba tras su madre hasta la salida. — Sabes que esto no va a acabar bien, nunca acaba bien. — Kai se rascó la nuca. — Y de ser así no tenemos otro lugar al que ir, excepto...

—De acuerdo, arrastraré uno de los barcos y lo prepararé por si acaso. — Melia le entregó al pequeño. — Además, prometí cuidar de Ragnar y me niego a criarlo con estas personas. — Masajeó ligeramente sus sienes. — Jamás debimos quedarnos en estas tierras. Ubbe no debería escuchar a ese Othere, es imposible que conozca la tierra dorada. No debimos dejar Islandia, no siguiéndole a él al menos.

—Kjetill tampoco es una buena elección.

Ligia descansaba sentada frente a la orilla congelada del mar, enterrando los pies en la fría arena de la playa. Veía como el viento levantaba las pequeñas partículas de hielo que flotaban sobre la gruesa capa congelada del mar. Perdiendo la mirada en el horizonte, creyéndose capaz de ver más allá del horizonte, imaginando la nueva vida de los que habían partido, de su pequeño. Un corto y ligero suspiro decorado con una queja por el esfuerzo realizado, dibujó una dulce sonrisa en el rostro de Ligia. Clitie se mantenía en cuclillas con sus brazos apoyados sobre sus rodillas, observando a la pequeña Irvette acercarse a gatas hasta su madre, no sin esfuerzo, pero con una sonrisa constante que mostraba sus dos primeros dientes. Ligia se giró para recibir a su hija, tomándola en sus brazos al llegar hasta ella y limpiando las partículas de arena que se habían pegado a sus manos y piernas.