Capítulo 24

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Ligia regresaba sigilosa de aquella zanja donde yacían los cuerpos de los dos niños, una expresión de calma reinaba en su rostro, ninguno de los jóvenes tenía la marca, pero esa calma desapareció al recordar el ataque. Entró en una de las tiendas que compartían sus guerreras, encontrándolas aún despiertas, hablando y limpiando sus armas y ropas, el silencio se hizo al verla. Tomó un pequeño taburete para sentarse frente a todas ellas, preparándose para hablar.

-No sé si lo habréis oído, pero atacaremos York en tres días, sois libres de tomar vuestras decisiones, no os obligaré a luchar, ni tampoco os apartaré de la lucha si no lo deseáis. Cada una tiene sus creencias, sus ideas... Pero algo debéis saber, no solo atacaremos a guerreros, también a niños, ancianos... Al menos eso harán ellos. – Dijo mientras señalaba el exterior de la tienda. – Recordad que el río de esa ciudad conecta con el mar... Y lo que ello conlleva...

-¿De qué habla mi reina? – Una joven, sin duda en su primer viaje, atrajo las miradas de las guerreras más adultas.

-¿A ti no te enseñaron nada? – Una de las guerreras más ancianas, de pelo largo, blanco y trenzado, que se negaba a aceptar entregar sus armas y quedarse en el reino, miraba con enfado a la joven, que se encogía en su sitio con vergüenza.

-Aún es joven... - Ligia miró a la anciana intentando que se calmara. – No ha tenido tiempo suficiente de aprender - Ligia se acercó a la chica y con tono tranquilizador empezó a hablar. - ¿Saber por qué no hay hombres en nuestros reinos? – La joven asintió tímidamente.

-Nacen sin poderes... No sobrevivirían en el mar... Las madres los abandonan.

-Sí, pero créeme, ese es uno de los mayores sacrificios que pueden hacer... Es la única forma de que sobrevivan.

-Lo sé... Los dejan en sitios que puedan ser encontrados, monasterios, ciudades...

-Y muchas de esas mujeres vuelven para ver crecer desde lejos a su retoño. Siempre en lugares conectados con el mar, como pueblos costeros o grandes ríos. – Ligia se sentó junto a la joven. – Lugares a los que también acuden otras sirenas, aquellas que, por diferentes motivos, eligen formar una familia ellas solas. – Le acariciaba suavemente la mano para tranquilizarla. – Como tu madre o la mía... O la de muchas de las aquí presentes. – Empezó a buscar algo en la muñeca de la chica. – Por ello, las madres, antes de abandonar a sus pequeños, les hacen una pequeña marca, aquí – Ligia señaló un punto en el lateral de su cuello, cerca de la nuca. - ¿Sabes qué es esto? – Señalo una pulsera de la que colgaba una pequeña moneda de metal, con un símbolo marcado en ella.

-Es el símbolo de mi familia.

-Las madres se encargan de marcar a sus hijos con ese pequeño símbolo, por ello esto es una de las pocas cosas de metal que conservamos... Para poder calentar esa pequeña moneda si fuera necesario... Pues de ese modo, si una sirena llegase en busca de un hombre, pudiese saber si son familia o si están relacionados de algún modo, pudiendo evitar así un posible incesto.

-También... - La anciana hablaba con un tono triste en su voz. – También se usan para, tras la batalla, informar a las madres de las muertes de sus hijos - Ligia miraba a la mujer. – Eso venías a decir, ¿verdad? Aquí hay hijos de sirenas... - Un murmullo apareció en la tienda, aumentando ante el silencio de su reina.

-Sí... - Ligia suspiró pesadamente. – Y no creo que nadie sobreviva... Ya visteis lo que hicieron con aquellos niños...

-¿Eran...?

-No, ya fui a comprobarlo. – Ligia tranquilizó algo a las guerreras. – Os cuento esto porque tenéis derecho a elegir, y para ellos debéis saber todo. Ahora está en vuestra mano elegir, yo aceptaré vuestra decisión. – En silencio todas asintieron.

The soul of the seaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora