Renacer de las cenizas

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BÁRBARA:

Pensaba que de esa noche no pasaría, luego de partir lejos del Arauca. Había estado recorriendo en mi bongo de un lado a otro, en uno de mis innumerables recorridos, conocí la Misión, un grupo de religiosos que se encontraba instaurado en la selva, se encargaban de enseñar y cuidar del pueblo de indígenas que habitaban en ese lado de la selva. Había cientos de niños, cada vez que llegaba hasta ahí se abalanzaban sobre mí, como si no me hubieran visto en años, yo también cada vez que partía los echaba de menos, en mucho tiempo no había sentido un lugar como mi hogar, y la Misión se había convertido en un hogar para mí, y las misioneras y el pueblito indígena, mi familia. La familia que no pude tener, la familia que por mis malas acciones perdí. Mi familia... ¿Cómo estarán ellos?

Había cumplido lo que le dije a Marisela. Cada mañana, tempranito pensaba en ella, y ella en mí, la sentía. Así nos comunicábamos, telepáticamente, así sabía un poco de ellos, y aunque ella intentara sonsacarme el paradero, aún no lo conseguía.

Como iba contando... Llegue a la misión esa noche, y estaba realmente agotada. He estado enferma durante días, semanas, quizás meses, no llevo ya la cuenta, mi salud era lo que menos me preocupaba, y visitar a un médico no era alternativa para mí, estaba bien con las infusiones medicinales que me preparaba yo misma, o en ocasiones, que me preparaban los Caciques o Misioneras.

El caso es que estaba enferma y para lo que es peor, me sentía sola, extremadamente sola...

No tenia a mi viejita ahí para cuidarme, traerme un café en las mañanas. O aconsejarme con sus dichos que raras veces entendía. Extrañaba tanto acurrucarme con ella, que me acariciara el pelo y me dijera que todo iría bien.

Ni tenia a mi brujeador, mi indio fiel quien siempre estaba allí ayudándome en lo que fuere, mi hermano, mi mano derecha

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Ni tenia a mi brujeador, mi indio fiel quien siempre estaba allí ayudándome en lo que fuere, mi hermano, mi mano derecha. Aquel indio cuyo amor no pude corresponder, y aquel que fue capaz de dar la vida por mí.

Ni siquiera tenía al molestoso de Juan primito que cada mañana me fastidiaba con sus griteríos y su forma tan cansina de hablar de sus rebullones. Juan Primito, si tan sólo estuvieras aquí, estoy segura de que dirías que tus rebullones quieren lágrimas de beber. Te hecho de menos, bobito.

Otro día mas sintiéndome sola. Sintiéndome morir... Pero algo fue diferente esa noche. Sentí algo que me llamaba susurrando un:

"LAS LEYENDAS COMO USTED NUNCA MUEREN MI DOÑA".

Y era una voz que conocía bastante bien... Brujeador, mi indio... Los vi brevemente, a él y a mi viejita. Iban vestidos de blanco, montados sobre un bongo.

-"¿Estoy muerta?". -pregunto. Melquiades y Eustaquia cruzan miradas, ella es quien me responde melosamente:

-No, no mi niña, tu hora no ha llegado, aún tienes un largo camino que recorrer.

La Diosa del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora