Caprichos.

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SANTOS:

Bárbara me observaba con ojos curiosos, debe de estar maldiciéndome por dentro, sé lo ansiosa que es.

-¿Podrías hablar de una maldita vez? -se queja, rodando los ojos.

-Es que... No quisiera preocuparte. -añado, entrando en razón.

-No, ahorita mismo me dices, Santos... -dice con el entrecejo fruncido. Adoro ese gesto suyo-. Estoy esperando, Santos Luzardo. -suelto un suspiro.

-Está bien... -aspiro aire-. Pasa que... Pablo atrapó a Tigre Mondragón. Estaba merodeando por aquí. -completo analizando su reacción. Bárbara abre los ojos lo más que puede.

-¿Cómo dices? ¿TIGRE? -ella parece no salir de su asombro-. ¿Y Pablo? ¿Él está bien? ¿Le ha pasado algo? -suelto un bufido a penas ella lo nombra.

-Si... Él está bien, no te preocupes. Al parecer Tigre está en la jefatura. Andrés se encargará de interrogarlo... Aunque estamos seguros de que vienen por ti -digo con la voz entrecortada-. Por eso estoy aquí... Voy a vigilarla toda la noche, Doña. Y nada ni nadie te hará mas daño -aseguro, tomándola del rostro.

 Y nada ni nadie te hará mas daño -aseguro, tomándola del rostro

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-Voy a velar tu sueño, y voy a cuidar de ti. -susurro, acariciando con suavidad su mejilla.

-Yo me sé cuidar sola -ella rueda los ojos.
Mas terca que ella, imposible.

-Lo sé, mi fiera... Pero estas débil aún. Y no pienso dejarte aquí sola -la observo con ternura, amo verla así, toda empoderada, regia, orgullosa.

-Quiero irme de aquí, Santos... No me gusta estar en este consultorio, ya estoy bien. Por favor, sácame de aquí -Bárbara hace morritos.

-Bárbara, ya hemos hablado de eso... -digo con el gesto severo.

-Lo sé, pero si estoy en mi hacienda me siento más tranquila... Y prometo guardar reposo -alega, como una niña chiquita.  La observo dubitativo. Si claro, como si no la conociera.

-Mmm... Tendré que pensarlo. -finjo meditarlo.

-¿Qué puedo hacer para convencerte? -dice ella, rápidamente-. Vamos, Santos... Pídeme lo que quieras, pero llévame. -sin poderlo evitar mi lado picarón se apodera de mi. Arqueo las cejas, dejando mi imaginación al aire, sin haberlo notado deje que mi lengua pasara suavemente sobre mi labio inferior. -¡Pervertido! Eso no... -ella pareciera leer mis pensamientos, me encojo de hombros.

La Diosa del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora