Extraño presentimiento

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-¿Qué es eso que has dicho? -pregunto confundida, buscando su mirada.

-Lo has prometido... Que nos cuidarías, ahora ya sabes de quién. -dice tragando saliva, podía ver algo de miedo en sus ojos. Ella realmente tenía Miedo y su mirada me recordó a la de Marisela, a aquella niña salvaje que temía de mí. De la diabla satanasa.

-Si

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-Si... Lo he prometido, y promesa de Guaimarán se cumple. -aseguro-. Ella... ¿Les ha hecho algún daño a ti, o a alguno de tus hermanos? -me animo a preguntar, la pequeña, niega con la cabeza-. ¿Entonces?

-No, pero podría hacerles daño, si contara a alguien lo que vi... -susurra la pequeña con la mirada gacha.

-¿Qué fue eso que viste mi niña? -indago nuevamente, necesitaba respuestas. ¿Por qué Marisela amenazaría a su hija? A una niña, podría esperarme muchas cosas de ella, pero... ¿Esto? Francamente no me lo hubiese esperado nunca de Marisela.

-Ella está con un hombre malo, que me asusta mucho, yo los vi... -confiesa Edith, abrió la boca para continuar, pero el momento a solas se vio interrumpido cuando dos personitas irrumpen en la habitación. Ambas nos quedamos observando atentamente, Félix y Lorenzo se abren paso.

-Niños ¿Qué hacen? -Santos ingresa segundos después, siguiendo con la mirada a los pequeños, luego se nos queda viendo a Edith y a mi-. Eh... Perdonen no queríamos interrumpirlas. -dice un apenado Santos.

-Vinimos a buscar a Edith, por que los rebullones han vuelto... -comenta Lorenzo.

-Juan Primito ya fue a buscarles comida, para que no se escapen tan pronto esta vez. -ahora es Félix, quien habla. Edith me observa como esperando mi aprobación, creo que hasta aquí llegó el interrogatorio, ya habrá más tiempo luego.

-Ve con ellos, amor. -le digo, ella me da un abrazo a modo de despedida-. Y tranquila... Todo va a estar bien. -le susurro al oído, antes de darle un beso en la cabecita, sus ojos brillaban al mirarme, termina por brindarme una cálida sonrisa y se acerca a sus hermanos que observaron la escena con los ojos achinados... Tal y como si tuvieran... ¿Celos? -También hay para mis niños. -digo en tono burlón, Félix y Lorenzo cruzaron miradas.

-Ya no somos niños, somos hombres. -asegura Félix. Santos suelta una carcajada desde un rincón de la habitación, y yo miro a los dos "hombrecitos" con admiración.

-Es verdad, pero si no me había dado cuenta. Igual hay abrazos y besos para los dos Hombrecitos de Altamira. -me levanto cuidadosamente, aún me molestaba la... Bendita herida. Tanto Félix como Lorenzo me observan con diversión en los ojos, antes de que los alcance, se echaron a correr los tres.

La Diosa del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora