Encantos.

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MARISELA:

Sin haberme dado cuenta caí rendida ante un profundo y relajante sueño. Todo iba relativamente bien, hasta que un grito me sobresalta.

-Ahh... ¡Marisela! ¿Qué se supone que haces aquí? -un Destefano despeinado, terriblemente sexy estaba frente a mi, con su mirada llena de confusión, parpadea varias veces, como si pensara que estaba soñando, se frota los ojos.

-Destefano... ¿Qué no recuerdas? -indago, mientras me acomodaba mejor sobre la cama.

-Espera, espera... ¿Recordar qué? -pregunta Destefano, estaba perdido si, lo encontraba desorbitado, y obviamente yo aprovecharía la situación, este era mi momento.

-Pues... Qué estuvimos bebiendo juntos hasta muy tarde, y luego seguimos la fiesta aquí -replico como si nada, su cara era inmemorable.

-¿Qué tipo de fiesta? -pregunta escandalizado, levantándose como un rayo de la cama, estaba con la camisa desabrochada, oh Dios.

-¿Qué tipo de fiesta? -pregunta escandalizado, levantándose como un rayo de la cama, estaba con la camisa desabrochada, oh Dios

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-Una del tipo privada -cerré la boca, antes de que se me cayera alguna baba.

-Oh no... No, no, no -Destefano pasa la mano por su cabello, estaba alterado, al borde de un colapso nervioso-. Eso no puede ser -agrega él, totalmente exasperado. Agacho la cabeza y fingidamente sollozo.

-Yo... Lo siento -me disculpo, fingiendo lamentar la situación y llorar sin parar. Él me observa fijamente y no si está reflexionando o si está queriendo que la tierra se lo tragase.

-¡Por Dios! -vuelve a caminar de un lado a otro tironeando de sus cabellos-. No se en qué momento pasó todo... Lo último que recuerdo es que estaba en la hacienda de Bárbara y... -antes de que la nombre, me eche a llorar aún más amargamente-. Marisela... No llores -frena de repente pero no se acerca a mi como lo tenía pensado, ni siquiera hace el intento de contenerme.

-Lo siento yo... Debería irme. -digo levantándome.

-Es lo mejor -murmura, pero aún así lo logro oír. Se acerca hasta la puerta y la abre lentamente, invitándome a salir, me acomodo el cabello y la ropa, me levanto de la cama sin siquiera mirarlo a la cara, debía de seguir fingiendo. Aunque lo observo de soslayo, Pablo ni quiera me observa a la cara, tiene un gesto perdido. Y mi plan no había salido tal y como lo había pensado, puesto que él en lugar de consolarme, prácticamente me estaba echando de su habitación.

La Diosa del RíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora