Capítulo 40

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Desde el fortuito y afortunado encuentro, Izuku no sólo hizo nuevos amigos si no que además tuvo la oportunidad de entrenar mano a mano con los mejores estudiantes de la academia.

Después de ello, se organizó una batalla simulada en parejas en la que Izuku, acompañado por Iida se desempeñaron brillantemente contra varios de sus compañeros, apoyándose en las estrategias planteadas por el peliverde ambos jóvenes superaron exitosamente a todos los demás competidores, lo que sólo lograba hechizar más a sus númerosos pretendientes dispersos entre la multitud.

El día entero fué dedicado al arduo entrenamiento hasta que ni siquiera los profesores pudieron mover un sólo músculo. Sin embargo, en cada pequeño descanso nuestro adorable pequeño de cabellera cuál trébol disfrutó alegremente de la compañía de sus superiores, amigos y profesores.

En el más extenso descanso, Izuku tuvo la oportunidad de escapar con la charola de su almuerzo rumbo a la azotea, sabiendo a quien posiblemente se encontraría ahí.

Abrió la puerta con cautela y asomó su frondoso arbusto por cabellera junto a sus ojos, avistando de inmediato la figura encorvada de su profesor de aula y sonriendo inconscientemente.

Entre pasos de puntillas y aguantando una risilla se acercó a su espalda, cuándo finalmente estuvo lo suficientemente cerca, apoyo silenciosamente su almuerzo en el suelo y se abalanzó cariñosamente sobre su mentor, haciéndole perder el equilibrio en el proceso.

–¡Sensei!– Exclamó con emoción abrazando al mencionado por la espalda mientras lentamente se azotaban ambos en el suelo.

Aizawa no alcanzó ni a gritar de sorpresa, puesto que inmediatamente sintió aquellas traviesas manos cuyo toque tanto amaba se vió de camino a estrellarse de rostro con el suelo.

Minutos antes, Shota se apresuró a subir a la azotea tan pronto pudo liberarse de sus obligaciones cómo profesor puesto que desde el inicio del día no había puesto ni una pizca de atención en ello

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Minutos antes, Shota se apresuró a subir a la azotea tan pronto pudo liberarse de sus obligaciones cómo profesor puesto que desde el inicio del día no había puesto ni una pizca de atención en ello.

Desde antes de dormir, cuando alcanzó a oír desde su oficina el susurrante canto del chico del que contra su voluntad s enamoró no pudo pensar en nada más que en él.

Aquél chico de la inmarsecible sonrisa con chispas de chocolate sobre las mejillas que le conquistó con habilidad y sencillez sin siquiera planearlo.

Su cabeza le hacía odiarse, pero su corazón revoloteaba con torpeza apenas pensaba en la sonrisilla de su amado.

Trato de mil y ún maneras deshacerse de sus sentimientos, pero entre más miraba al pequeño más lo amaba, entre más lo evitaba más pensaba en él y entre más volteaba su cuerpo más su mirada inconscientemente seguía los rulos pistache.

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