XLVIII: Dɪᴄᴛᴀᴍᴇɴ ғɪɴᴀʟ.

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¿Se debe pender la vida de un hecho pasado, que hasta los días sigue presente por voluntad propia de la mente?

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¿Se debe pender la vida de un hecho pasado, que hasta los días sigue presente por voluntad propia de la mente?

¿Se debe dejar de creer en aquel futuro tan avistado en miradas refulgentes ante su sola presencia?

¿Se debe seguir labrando y caminando, en aquel lugar oscuro y lóbrego del corazón? ¿Se debe privar dicho órgano de latidos desmesurados por el habitar de una rosa que le adornara?

¿Se debe supeditar el intento de creer en hechos de felicidad, en alguien que no perteneció a la vida?

Había empeñado su situación, cual creía desahuciada, a labor de una mano cual había aprovechado la cercanía con un cuerpo que, a un costado, localizaba aquella arma con la que se hizo, misma que ahora vacilaba en un temblor por su mano temerosa, misma que se rehusaba a seguir dando marcha a los vestigios de una oscuridad, que por pequeña que fuese, quería absorberla.

Pero allí estaba, sus pasos acompañados de amenazas engendradas por su temblorosa boca, le habían llevado a situarse a lo alto de aquel edificio. Donde las ráfagas de viento, le desprendieron un viaje de escalofríos, acompañados por el grito de dolor que sus lágrimas no dudaron en vaciar sobre su pávido y frío rostro, tan dejado en la agonía, que ni los tenues rayos de aquel despido del sol, lograban calentarle.

¿Qué dolía realmente? ¿Qué era aquello lo cual su corazón era más consciente y le trataba de cerciorar a través de su retumbar estrepitoso? ¿Qué era?

Era culpa. Culpa por siempre ser ella quien propiciara el desgaste de su vida en malos actos, en actos que podrían estar al nivel de aquellos que ella se negaba a dejar huir de su mente, aquellos que un ser engendró y ahora partía, pero que ella se negaba a dejar partir con él. Siendo otro hombre el que acompañara sus recuerdos, por misma culpa de buscarle y dejarle situación tan funesta que ahora le jugaba su libertad.

—Lisa, pequeña, por favor, mírame. —Alzando su rostro, avistó a Jung en compañía de otros oficiales, alejados de ella, actuando con precaución ante los movimientos que ejecutaba—. Suelta el arma y ven conmigo; no tienes por qué actuar así, por Dios —la voz de Jung se desprendió en una dolorosa reprensión.

Lisa gachó su mirada nuevamente, dejando que el viento le llevase las respuestas y chocaran en ella, una tras otras. Era el momento donde el resurgir de recuerdos le apabullaban su mente incesantemente, queriendo rendir su cuerpo sobre la superficie, queriendo buscar más oxigeno cual parecía escaparse y sólo dejaba el olor de su pasado.

—Siempre he sido yo... quien propicia el estado de mi... —sentía que el aire se negaba a atribuirse en su respirar dificultoso, a medida que entendía que en su mano se figuraba el reincidir de un error, de otro error tan descabellado como muchos—. El estado tan infausto de mi vida...

Su respiración jadeante era lo que le mantenía presa de algún sonido más que ello, pero alzando su rostro tan descompuesto en emociones tan mareadas unas con otras, el miedo le atizó su corazón, siendo su pavor aún más fuerte ante la realidad de aún seguir presa de la misma, al punto de prensar su mandíbula y tratar de gesticular palabra más que el intenso rechistar de sus dientes.

Sʜᴀᴅᴏᴡ (Eʟ ᴅᴇsᴇɴʟᴀᴄᴇ) → JᴇɴʟɪsᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora