XXVIII: Mᴇᴛᴇʀᴍᴇ ᴇɴ ᴛɪ, sɪɴ sᴀʟɪʀ ᴅᴇ ᴍɪ́.

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Aquella tarde se volvió noche, aquel abrazo duró lo suficiente como dar aliento a quien parecía no tenerlo, dar calor a quien parecía estar cubierta por el frío, dar el entendimiento necesario de que el amor no puede sublevarse ante una adversidad...

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Aquella tarde se volvió noche, aquel abrazo duró lo suficiente como dar aliento a quien parecía no tenerlo, dar calor a quien parecía estar cubierta por el frío, dar el entendimiento necesario de que el amor no puede sublevarse ante una adversidad del pasado, que por muy nefaria que pareciera, más lo era la impía verdad que se escondía tras ello.

¿Podría hacer feliz más que con su presencia, a quien ahora se paseaba por aquel pequeño espacio detallándolo? Sin duda, tendría que enmendar lo que era, coser aquello que con el tiempo se mantuvo abierto, que con el tiempo ella misma se había encargado de agrandar. Tendría que controlar sus impulsos emocionales que colocaban a la deriva a ambas, pero más a quien se acercaba a su presencia.

¿Podría sonreírle como ahora lo hacía ella, y saciarla de suspiros afables con su tacto sobre la piel? Ya lo hacía. Ya fecundaba más que suspiros de distinta índole que aquellos labios dejaban escapar. Y al pasear sus dedos, por el borde que sellaba el camino que gustaba pasear con su boca, le confirmó aquello.

¿Podría mantenerla a su lado, podría amarle con sumo cuidado? La cuidaría de cualquier ultraje de su felicidad, a sí se incluyera a sí misma. Porque Jennie valía la pena, valía más que para encuentros furtivos, más que para ser receptora de sus revelaciones que podían causar cualquier condolencia.

¿Podría encontrar el camino de la felicidad a su lado? De los momentos compartidos con quien, ahora, tomaba por los brazos acercándola, paseando sus manos hasta detenerlas enredadas en su cabellera castaña, al recordarlos le hacían sentir viva. Pues su corazón siempre hacía gala de su presencia en ello, proclamando a Jennie, como la habitante eterna del mismo.

—Ya que tomaste una ducha, te encantará tomar algo de té. También preparé algo de comer; no había mucho en los estantes, pero algo pude salvar —Lisa parecía centrar su atención en las delicadas facciones que Jennie descubría al hablar, y en pasear sus dedos por la nuca de la misma—. ¿Comerás? —Lisa se limitó negar un par de veces.

Jennie arrugó su entrecejo y comenzó a explicarle algo, pero ella lo obvió. Sólo quería besar cada parte de aquel redondeado rostro, guardarlo para ella, para encontrarlo en sus sueños, al cerrar sus ojos... Pero el tono melifluo con que hablaba acarició sus oídos atrayéndola. Y sin hacerle caso a su petición de cenar, sólo vació un casto beso que calló aquellos labios por un momento. Le pareció tan poco el contacto que vaciló con tomarlos en un verdadero beso.

—Te privaré de mis besos, sino comes algo, Lisa.

—Privarme de algo así, sería privarte a ti también. Desde que llegaste, luego de conversar, no he querido más que poseer tus labios con los míos. Y si quiero comer algo... —arrastró su mano de la cabellera, paseándola por el cuello, mandíbula, hasta subir a sus labios— serian tus labios.

Podría rendirse fácilmente a la sugestiva mirada de Lisa acompañada de caricias, pero no hacía falta cuando también su necesidad de tomar aquellos labios se arreciaba en su interior.

Sʜᴀᴅᴏᴡ (Eʟ ᴅᴇsᴇɴʟᴀᴄᴇ) → JᴇɴʟɪsᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora