El engaño del invierno

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Algo en mi cambio... cuando tomé el reloj en mis manos.

-Toda mi vida he trabajado muy duro, se dice que aquellos que nacen en cuna dorada tienen la vida resuelta, pero no son mas que habladurías de campesinos imbéciles, entre mas se posee dinero mas anhelas, fueron años de abuso, de insultos, de humillación, pero yo ya no soy mas ese joven novato, soy mas que eso, soy capaz de ensuciarme las manos, soy capaz de hacer lo que sea necesario. Ese hombre del teatro... cuando solo era un niño... me lo mostró- decía Faustus Dant mientras estaba sentado en el escritorio de su despacho en el gran teatro, en sus dedos sujetaba un puro mientras su vista se posaba hacía la izquierda como reflexionando, una leve sonrisa se dibujó en su rostro
-ahora que lo pienso todo este tiempo fui el hombre que soy ahora, siempre lo fui solo que vivía rebajado a la nada por todos, tenían miedo de que asumiera la mas alta responsabilidad... especialmente mi padre, ese viejo bastardo avaricioso, para el no había nada mas importante que su compañía, lo dio todo, incluso la vida en ello, cuando el enfermó y estaba en su lecho de muerte... yo fui quien dio el primer paso, tomé lo que me correspondía, lo que por herencia me pertenecía, porque el maldito viejo lo iba a ceder a alguien mas, ahora que recuerdo fui yo quien se hizo cargo de eso, fui yo quien sustituyó sus medicamentos por placebos, luego vino esa zorra busca fortunas, no era mas que una maldita interesada, dinero... joyas... es todo en lo que piensan, el amor es algo que se compra a un alto costo, pero lo mas costoso para mi fue ese monstruo que tuve por hijo, también tuve que hacerme cargo, solo pensar que esa cosa sería el heredero a todo me daba nauseas, no fue hasta que llegó la pequeña Merceline, mi niña, ella es una mujer diferente, ella es la pieza clave, quisiera poder dejar algo en tus manos... hija mía, pero no me queda mas nada, ¿o no es asi Walter?- dijo Faustus dando una fumada al puro que tenía en sus dedos, sonriendo sádicamente al cadáver de su contador, el hombre había llegado a donde Faustus en un muy mal momento, su intención había sido decirle que el costo de la restauración del gran teatro había dejado muy desgastada a la compañía, encima no recaudó ni la mitad de lo invertido a pesar de haber sido un éxito, pero Faustus solo le respondió con un disparo en la cabeza
-no era nada personal Walter, es solo que... estoy molesto por la huida del maldito fantasma, este maldito lugar, esta condenado a ser un edificio solitario en medio de la viva ciudad, todo lo que entra aquí se corrompe automáticamente, a veces siento que ya no soy yo el que toma el control de las cosas, es una locura ¿sabes? pero todo en esta maldita vida parece que lo es- hubo un largo silencio y luego Faustus apagó su puro en el cenicero 
-como sea, ha sido demasiada charla mi buen amigo, pronto te dejaré en un sitio para que descanses cómodamente, luego de eso... acabaré con ese maldito, no olvides que mañana es el gran día de mi hija- Faustus salió del despacho guardando el revolver en su saco.

Por otra parte Merceline estando en completamente sola en casa leyó una carta que había encontrado en su alcoba como la primera vez, era de... él, solo que esta vez parecía estar escrita a maquina, quizás por temor a que lo encontraran, Merceline pensó un momento en tirarla o quemarla antes de leerla, pero decidió echar un vistazo, las palabras eran breves

"te veo en el patio del gran teatro a las 8:15 antes de la función, necesito aclarar las cosas contigo, por favor ve solo esta vez y mas nunca volveré a molestarte"

eso decía la carta, Merceline guardó la nota en un lugar secreto de su ropero y luego se fue a la cama, pensando en si ir a donde la había citado el fantasma, además... si ella quería terminar cualquier asunto relacionado al fantasma tendría que verlo en persona, para decirle que todo se había terminado.

El fantasma de la opera (versión mejorada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora