—Oye pero la vecina del frente no me reconocía po. Como si me hubiera ido por años.—Decía mi tío, mientras se empinaba la lata de cerveza que le había traído el Rafael hace un par de segundos.
—Es que estay cambiado, papá.—habla el Rafael, con una sonrisa de oreja a oreja.
El mayor frunce el ceño y hace una mueca de confusión.
Después de que se fue el Félix, me fui a la pieza, queriendo que nadie me molestara debido a que quería ordenar mis pensamientos. Sin embargo, esa idea se vio interrumpida porque sólo pasaron un par de minutos para que llegaran mi abuela, mi mamá y mi tío. Quien apenas me vio me abrazó como si fuera su sobrino favorito, alardeando de lo grande y cambiado que estaba. Yo solo podía asentir y sonreír, encontrando muy graciosos sus gestos; Tomamos once y luego de eso, nos sentamos en el living para conversar. O bueno, para que todos conversaran, menos yo, que me sentía totalmente fuera de la conversación gracias a lo que pasó hace un par de horas.
Aún así, intentaba mantenerme atento a lo que hablaban para no incomodar el ambiente. Aunque, al parecer, mi mamá me notaba raro, puesto a que me miraba cada cinco segundos. Intentaba ignorarla, pero me era imposible hacerlo. Ni siquiera podía considerar contarle sobre lo que me pasó, porque ambos estábamos pasando por un momento de tensión en nuestra relación madre e hijo y apenas nos dirigíamos la palabra.
—Sí, estay cambiado, Checho.—apoya mi abuela, mirándolo fijamente.—Algo te hiciste tú.
—Ah...—Chasquea la lengua, y niega con la cabeza.—¡Qué me voy a hacer!—exclama entre risas.—No... Yo creo que es porque bajé de peso.—Se toca la guata con gracia y pega su espalda en el respaldo del sillón.—Y más encima estoy más viejo, entonces las canas...
Vuelve a darle un sorbo a su cerveza y todos asienten con la cabeza.
—Mm... Puede ser.—Dice mi mamá, viéndolo con la cabeza ladeada.
De repente, siento la mirada de mi tío en mí, provocando que me sienta incómodo y por lo tanto, que lo mire con una pequeña sonrisa.
—Tu mamá me contó que estay pololeando, hueón.—habla, apuntándome con el mentón.
Miro a mi mamá de reojo y cacho que sonreía, como si ese fuera mi mayor logro de toda la vida. O, no sé, no era capaz de entender los gestos en estos momentos.
—Sí...—Asiento, no sabiendo que más decir.
—Qué buena... Tenis encanto entonces po, hueón. Cómo llegai acá hace un par de meses no más y ya estay pololeando.—Mientras hablaba mantenía una sonrisa burlesca en su rostro, la cual me contagia, a la vez que los demás soltaban pequeñas risas.—El Rafa acá nunca me presentó a nadie.
—Ya...—dice el recién nombrado, mientras rueda los ojos.—Si no lo hice fue porque no quise no más.
Mi tío le da un golpe en el hombro y vuelve a mirarme.
—No te vayan a romper el corazón, eso si. Tenís que ser cuidadoso. Y tampoco le vayai a hacer daño a ella po.
Por qué de repente me estaba aconsejando... Qué random todo.
—No... Pero la Emi es buena cabra.—musita mi mamá.—Y este también... Se le nota enamorado.
—¡Ah!—alza las cejas.—Estay enamorado...
Ni siquiera soy capaz de responder, porque mi abuela se me adelanta.
—Ts... Está pero es que enamoradísimo. Imagínate que la otra vez—hace una pausa para reírse.—La Magdalena lo había castigado y no sé qué habrá pasado, pero llegó y salió diciendo que tenía que ir a ver a la niñita sí o sí.
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Ni tan zorrón
Teen FictionEl cambio de casa y de ambiente obligan al Pablo a que salga de la burbuja de ignorancia en la que ha vivido durante toda su vida. También debe enfrentarse a las inseguridades que siempre lo persiguieron y, como no, al amor.