Capitulo 36

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—Despedí al Julio porque ya no servía. Lo sorprendí dos veces hablando por teléfono con la Magdalena y no me quiso decir nada sobre ella...—escuchaba que hablaba y hablaba, mientras que mi mirada estaba pegada en el semáforo en rojo, deseando volver al colegio y arrepentido por haber cedido.

Era tan manipulable que me daba rabia saber que a pesar de que muchas cosas cambiaron en mi vida, el ceder ante mi papá seguía igual.

—Vamos a ir a la casa, demás que la echaste de menos.—por un segundo me ve fijamente y luego vuelve su vista al camino acelerando cuando da el verde.

—La verdad es que no.—me encojo de hombros, queriendo sonar indiferente.

Claramente había echado de menos esa casa, pero con el paso del tiempo ya la había olvidado por completo.

—Cómo no vay a echarla de menos...—me reprocha con media sonrisa en el rostro.—Ts... A comparación de la casa en la que te estay quedando es una mansión po, hueón. Si esa hueá está a punto de caerse.

Cierro los ojos y respiro profundamente, queriendo que dejara de hablar. Y aunque suene un poco contradictorio agradecía estar a una calle de llegar porque ya no lo aguantaba más y mi plan de irme a encerrar a la pieza seguía en marcha. Junto con el de guardar algunas cosas que olvidé llevarme cuando nos fuimos, entre ellas mi notebook.

—Yo pensé que con los años se iban a cambiar de comuna... ni un avance en esa familia, puros flojos.—lo veo con desdén.—Viste que el pobre es pobre porque quie-

—Vo no te callai nunca parece.—hablo con voz dura.

Levanta ambas cejas y me ve de reojo mientras presionaba si mandíbula.

—Oye, no me hables así. No te he faltado el respeto.

—Le estay faltando el respeto a mi abuela, así que no esperis que te hable bien porque no lo voy a hacer.

—Bonito...—dice irónicamente.—El hueón que críe y que le di todo ahora me está dando la espalda. Agradece que no soy rencoroso, porque lo que tú y tu mamá hicieron se llama traición.

Cierro los ojos mientras alzo mis cejas y una sonrisa incrédula aparece en mi rostro. Había olvidado lo cara dura que podía llegar a ser él.

—Y tú lo que le hiciste a mi mamá se llama maltrato, Guillermo.—murmuro.—Violencia, violencia de género, maltrato intrafamiliar. A ver si nos actualizamos con los términos po.—con mi dedo índice doy leves golpes en mi sien.

Se queda en silencio y vemos la casa, en donde el portón se abre lentamente y en un par de segundos ya estamos dentro. Había olvidado lo grande y lo bonita que era, todo gracias al buen gusto de mi mamá.

—Como no vay a extrañar esta casa.—murmura, y soy consciente de que cambió de tema bruscamente.

Me bajo del auto sin pensarlo y sin siquiera mirarlo. Ni siquiera sabía cuál era su plan y debía confesar que estaba un poco asustado por no saber con qué estupidez saldría. Capaz que no deje que me vaya y me obligue a vivir acá por siempre.

Con la mochila en mi hombro paso por el camino de piedras que llevan a la puerta principal y antes de que pudiera llegar a esta, se asoma un rostro conocido, el de la Tere, quien sonreía de par en par con ese uniforme que ya no me parecía adecuado para ella.

—¡Pablito!—exclama, caminando con los brazos abiertos hacia mí.

No alcanzo ni a sonreír cuando sus brazos me envuelven transmitiéndome solo un poco de calidez. A veces me daba un poco de rabia por no tener la misma conexión que tenían el Félix y la Esperanza y eso solo tenía una explicación. La Tere siempre defendió a mi papá, en todo lo que hacía, incluso cuando me pegaba ella lo justificaba y podía llegar a entenderlo ya que, ella conocía al Guillermo desde muy joven y lo quiere como un hijo.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora