Capítulo 24

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—No puedo creer esta hueá.—murmuro mientras trapeo enojado a más no poder.

—Nada de quejas, señores, ustedes quisieron faltar e irse a la marcha, ahora se aguantan una semana más.—dice el director con determinación y observando cada movimiento. 

—Ya, pero entonces castigue a toda la media po.—habla el Marco limpiando las sillas.—no sea chato. 

El director niega la cabeza y se acerca a la puerta de la sala.

—No, porque ustedes tenían este castigo, y tú Marco sabes que si hay faltas se sanciona.—abre la puerta y yo lo miro sin ninguna expresión.—Ya y no se quejen, porque hoy día es su último día. 

Y se va. 

Habíamos terminado nuestro castigo hace una semana y el lunes a este caballero se le ocurrió decirnos que nos teníamos que quedar porque no habíamos cumplido con todas las reglas del castigo. Estábamos chatos, por lo menos por mi parte ya no soportaba al Marco, a pesar de que nuestras conversaciones solo se basaran en donde dejar el escobillón o quien iba a trapear. Y bueno, ya había pasado la semana extra, o sea, que habíamos hecho tres semanas de castigo y hace un par de minutos el director nos llama y no dice que también teníamos que quedarnos hoy a limpiar, un día viernes, cuando el había dicho claramente que era hasta el jueves. Así que nuestro nivel de enojo yo creo que está insuperable.

—Esto es tu culpa, Pablo.—habla el Marco y yo lo miro feo.

—Ya... ¿y por qué es mi culpa?

—Porque te andai metiendo en marchas que no te incumben.—hace sonar sus dedos, algo que acostumbraba a hacer cuando hablaba conmigo, y se pone a limpiar las mesas.

Dejo de mover el trapero por el suelo y lo fulmino con la mirada. Él me ve de reojo y se ríe, sabiendo que todo esto me va a molestar. Porque ya era costumbre que me huebiara por cualquier cosa y a pesar de ser consciente de eso, seguía tomándome sus bromas en serio. 

—Ah, claro es mi culpa, tenis razón.—respondo sin querer pelear.

Camina hacia las mesas del fondo y se sienta en una de ellas, apoyando su espalda en la pared y estirando sus piernas por completo en la mesa. Lo veo con disgusto y vuelvo a trapear el lado manchado con bebida. No entendía la sala del segundo medio, eran asquerosos.

—Oye, Pablo.—me llama el Marco, pero yo no lo pesco, aún así vuelve a hablar.—¿Con la Emilia están pololeando?

Mi primera reacción al escuchar eso es fruncir el ceño, porque es raro que me hable para saber algo sobre mi vida. 

—¿Es de suma importancia saberlo?—pregunto un poco desconfiado.

—No, pero es curiosidad, como ahora se ven más cómplices que antes.

Decido mirarlo para cachar si estaba hablando de forma seria o con la intención de molestarme después. Y aunque su semblante estaba serio mientras jugaba con el paño, no podía confiar ni un minuto en el Marco.

—No.—me limito a responder.

—O sea, que solo están andando.—asiente con la cabeza y yo hago una mueca porque ese termino se me hacía un poco desagradable. 

Dejo el trapero en una esquina y comienzo a ordenar los libros. Siempre era la misma hueá, el Marco dádonse el lujo de demorarse y yo intentando no perder la paciencia con él.

—¿Por qué de repente mi relación con la Emilia te importa tanto? ¿Querís estar con ella, acaso?

—Oe, tranquilo.—una pequeña risa sale entremedio.—solo preguntaba.—lo miro de reojo y veo que vuelve a su labor con las últimas mesas.—Además, a mi me gusta la Ale, así que tranqui.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora