Capitulo 40

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Todos los sábados suelo levantarme a tomar desayuno para después volver a acostarme o ayudar a mi abuela con sus tortas. Ya sea comprándole algunas cosas que le faltan o degustando sus mezclas. Sin embargo, hoy, en vez de cumplir con mi rutina de sábado, estaba acompañando a mi mamá a la casa del Jeremías. Me había pedido que lo hiciera porque como era primera vez que iba para allá, ella  tenía la certeza de que se iba a perder. Así que acá estabamos, bajándonos de la micro con bolsas llenas de telas y con sueño, por lo menos por mi parte.

—Ya, pero nos vamos a ir antes de almuerzo.—contesta mi mamá luego de que me quejara.

Tenía que admitirlo, hoy me encontraba irritado. No entendía porqué, solo amanecí susceptible y cualquier cosa que me dicen me estresa. Ni siquiera el hecho de que estaría con el Jeremías me ponía contento. Porque ¿Qué haríamos tan temprano?

—Bueno...—respondo arrastrando mis pies sin ganas de caminar.

—Pero para salir a comprarle las cosas a tu abuela... No tenís nada ese caracho.—me reprocha, a lo que yo suelto una pequeña risa por la última palabra que dijo.

—Ya, mamá...

La veo de reojo y se notaba molesta por mi actitud. La verdad es que hasta yo estaba molesto con mi actuar.

Nos quedamos en silencio durante todo el camino hasta la casa del Jeremías, en donde nos recibió la mamá de él con una sonrisa de oreja a oreja, como si fuéramos lo mejor que le pasó. Ojalá poder tener su ánimo.

Cuando estamos dentro ambas se van al comedor conversando sobre no sé qué cosa, conmigo a la siga.

—Tía ¿y el... Jeremías?—pregunto dejando las bolsas en la mesa.

Ella levanta la vista y me ve con una leve sonrisa.

—Ese cabro sigue durmiendo.—se encoge de hombros y yo asiento.—Pero anda a despertarlo no más.—agita su mano.—Despiértalo no más.—vuelve a hablar ante mi gesto de duda, agitando su mano con desinterés. —Anoche se quedó hasta tarde huebiando con un amigo. Debe andar con la caña.

Cuando menciona lo del amigo, frunzo el ceño, intentando disimular mi confusión. Sin embargo, no me cuestiono nada, porque no era nadie para andar recriminando las acciones del Jeremías y sus amistades. Se suponía que él estaba enojado con el Gustavo, por lo que le había dicho hace un par de semanas y francamente, no podría perdonar a una persona que le dice eso a su amigo.

Subo las escaleras a la vez que veo fugazmente las fotos que están colgadas en el muro. La mayoría de éstas eran fotos de él cuando niño-me pareció muy tierno he de confesar-y de su mamá, ambos sonriendo. Sin embargo, no había ninguna foto de su papá. Es ahí cuando recuerdo que hace un tiempo el Jeremías me había mencionado que vivía solo con su mamá. Desde los quince. Es por ese motivo que lo sentí cercano a mí.

En el momento en que iba a tocar la puerta, mi celular vibra dándome a entender que había recibido un mensaje. Cuando lo leo, siento un pequeño calor en mi cuello y rostro.

Emilia:
Hola pablo cómo estay?
podemos juntarns hoydia??
9:58 am

Siii dónde??

Me sorprendía mi poca capacidad para hacerme cuestionamientos cuando se trataba de la Emilia, ni siquiera me digné a preguntarle el porqué.

En el momento que guardo mi celular en el bolsillo de mi pantalón toco la puerta, esperando un par de segundos para recibir un quién es de manera floja por parte del Jeremías.

—El Pablo.—digo, con la mano en la chapa.

Escucho un jadeo detrás de la puerta y luego un pase. El que me hace abrir la puerta con lentitud y cautela, esperando encontrarme con un Jeremías echado en su cama tapado hasta las cejas, sin embargo, estaba sentado con sus manos puestas en sus rodillas mientras que sus ojos caídos me ven fijamente.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora