Me quejo cuando el Félix y la Emilia intentan levantarme del suelo. No había medido lo fuerte que fue el golpe del carabinero hasta este momento. Sentía que en cualquier minuto se me salía la costilla.
—Tenemos que ir a constatar lesiones.—habla la Ale, quien era la menos tranquila de nosotros.—Y el Jeremías, por la chucha.—se lleva las manos a la cara y se queja.
—N-No, nada de constatar lesiones, no quiero.—niego con la cabeza, mientras me paro con mis brazos al rededor de los hombros de los chiquillos.
—Tenemos que hacer-
—No, no quiero.—interrumpo a la Emilia.—Vámonos y preocúpenos del Jeremías.
No quería constatar lesiones porque es una paja y lo único que quería en este momento era acostarme.
—Al Jeremías no lo van a soltar hasta tarde.—dice el Félix.—así que preocupémonos de ti primero.
—Vamos a mi casa.—dice la Emi.—no hay nadie y lo último que queremos es que te reten.
Le quería responder que igual iba a tener que contarle a mi mamá que fui a una marcha porque no podía llegar cojeando sin ninguna explicación, pero decidí no hacerlo porque no tenía ganas de seguir hablando.
Durante la hora de camino nos fuimos sentados en el suelo del metro mientras yo me quejaba internamente y recibíamos miradas de desagrado y de preocupación por parte de las personas a nuestro alrededor.
Cuando llegamos a la casa lo primero que hicieron fue sentarme en el sillón y correr a buscar el botiquín.
—Levántate la polera.—me ordena la Ale, yo niego con la cabeza porque me da mucha vergüenza y ella me mira amenazadoramente.—Ya po, hueon.
—Ya po, Pablo.—insiste el Félix, parado en frente mío con los brazos cruzados.
La Emilia llega a nuestro lado y la vergüenza aumenta. Le pasa el botiquín a la Ale y ella lo abre mientras me mira fijamente esperando a que lo haga.
Entre quejidos por el dolor y la vergüenza logro levantarla y poner el dobladillo entre mis dientes. Miro la herida al inicio de la costilla y cacho que no es profunda, por lo que me relajo.
La Ale toma un trozo de gasa y la moja con suero fisiológico. La empieza a acercar a la herida y cuando siento el líquido en ella tiro mi cabeza para atrás mientras cierro los ojos, esperando a que el dolor pare. Paso muchos segundos así, hasta que la Ale termina.
—Ya, para de llorar.—se levanta y se para al lado del Félix, quien estaba muy callado.—la de la pierna es solo golpe así que no es necesario, ponte hielo no más, lo voy a buscar.—se da media vuelta y camina a la cocina.
—Voy a buscar hueás para comer.—anuncia la Emilia, siguiendo a la Ale.
—Cuatico.—mi amigo suspira mientras se sienta al lado mío.—menos mal no te pasó nada grave.
—Estoy preocupado por el Jeremías.—murmuro.
—Yo creo que todos lo estamos.—responde de la misma forma que yo.—Oye ¿y qué le vay a decir a tu mamá?—cambia de tema.
Echo mi cabeza hacia atrás y suspiro, recordando que tendré que enfrentarme a ella sí o sí.
—La verdad no más po.—me encojo de hombros.—¿Y tú?
—Nada, si a mis viejos no los veo nunca, con cuea el fin de semana o cuando mi papá quiere que lo acompañe a sus juntas para que me "ambiente"—hace comillas y suspira.—te lo juro que prefiero vivir con tu abuela que allá.
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Ni tan zorrón
Teen FictionEl cambio de casa y de ambiente obligan al Pablo a que salga de la burbuja de ignorancia en la que ha vivido durante toda su vida. También debe enfrentarse a las inseguridades que siempre lo persiguieron y, como no, al amor.