Capitulo 4

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PABLO:

Abro la puerta y de inmediato cacho que mi abuela estaba sentada en el sillón viendo la tele. Cuando nota mi presencia se da vuelta y sonríe de una forma muy acogedora.

—¿Cómo te fue, Pablito?—preguntó, haciéndome un gesto para que me acercara, así que eso hice.—¿Cómo se llevó con sus compañeros?

—Me fue bien abuela.—me senté y me saqué mi mochila, tirándola al suelo.—Y hablé con un compañero solamente.—me encogí de hombros.

Y con la Emilia y su amiga.

—Buu, pero por lo menos no estuviste solo.—levantó ambas cejas.

—Por lo menos.—murmuré.

De repente, mi ceño se frunce al darme cuenta de un detalle.

—¿Abuela y mi vieja?—pregunto, examinando toda la casa con mi vista.

—No le digai así a tu mamá oye.—me retó, pegándome en el hombro a modo de reproche.—Fue a buscar pega.

Abrí los ojos más de lo normal sorprendido por lo que acababa de escuchar y estoy seguro que estaba más impresionado que hoy en la mañana cuando vi a la Emilia.

—¿Qué? ¿Dije algo raro?

—¿Mi mamá buscando pega?—suelto una risa.

—¿Y qué es chistoso, hombre?—frunció el ceño.—Tiene que trabajar po, si no podemos vivir solo de mi pensión y de las tortas.

—No, no es chistoso. De hecho me alegra.—contesto.—pero va a ser raro ver a mi mamá trabajando porque siempre ha estado en la casa, haciendo cualquier cosa menos eso.

—Eso es porque el machista de tu papá no la dejaba hacer nada.—murmuró.

—A esta altura ya nada me sorprende de ese caballero, es una mierda.—niego con la cabeza.

Mi papá nunca dejó que mi mamá trabajara. Fueron años de discusiones, en donde mi vieja salía a buscar trabajo, mi papá se enteraba porque ese hueón tiene ojos en todos lados y la retaba, como si fuera su hija.

De hecho, esa vez mi vieja estuvo apunto de irse de la casa. Mi papá lloró tanto que mi mamá volvió, pero con la condición de que la dejara hacer lo que ella quisiera. Él aceptó, pero a los días puso problemas de nuevo y mi mamá se resignó a solo recibir plata de él.

—Llegué...—al escuchar esa voz, me doy vuelta y veo a mi mamá cerrar la puerta.

—¿Cómo te fue, hija?—mi abuela se para y le da un beso en la mejilla.

—Ahí no más.—se sentó en el sillón y mi abuela la siguió.—Cómo no tengo tanto antecedente laboral, no me pescan mucho.—se pone los lentes en la cabeza para luego hacer una mueca.

—Pucha, ¿Pero te dijeron algo?—pregunta su mamá.

—Si, que me iban a llamar para una entrevista si les interesaba.

—Ojalá te llamen po, vieja.—le toco el hombro en señal de apoyo y siento como mi abuela me fulmina con la mirada.—mamá.

—Lo dudo mucho.—contesta.—la última vez que trabajé en algo fue a los veinte años. Y Algo que también me resta es la edad po.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora