Capítulo 29

702 60 19
                                    

Cuando la veo abrir la puerta mi cuerpo se paraliza en menos de lo que se puede esperar. Comienza a caminar hacia la reja y en ese lapso de tiempo la miro de forma disimulada y detenida; Andaba con un polerón color negro y un buzo gris, su pelo estaba amarrado de una forma que no entendía, pero le quedaba tan lindo que podría suspirar en este mismo instante.

Abre la puerta, evitando mi mirada en todo momento, hasta que me paro frente a ella en donde me ve por apenas unos segundos y luego vuelve a mirar hacia otra dirección.

—Pasa.—murmura, y con inseguridad, comienzo a caminar detrás de ella.

Después de recibir el mensaje que me mandó la Emilia, le pedí el celular al Félix para hablarle. Le pregunté qué onda y me preguntó si podía ir a su casa. Pude haberle respondido lo contrario, porque estaba casi a una hora de camino, pero mi impaciencia por saber qué era lo que me iba a decir me ganaron hasta el punto de irme casi corriendo con el Félix y el Jeremías a la siga mía.

—¿Estay sola?—le pregunto al ver que su casa se encontraba en total silencio.

Doy un paso, adentrándome aún más a su casa y cuando ella se da la vuelta para verme, asiente con la cabeza.

—O sea, mi hermana está arriba con el pololo, nada más.—dice, moviendo su mano de forma relajada.—Siéntate... si querís.—sentía que todo lo decía con un toque de inseguridad.

No sabía qué pensar. Mi mente estaba en blanco.

—¿Y tus papás?

—Mi papá no viene hoy y mi mamá salió con el pololo.

Cuando escucho eso mi ceño se frunce de inmediato, porque yo tenía entendido que vivían juntos. Por lo menos así lo vi la última vez que estuve acá. A pesar de mi duda, me quedo en silencio, observando como la Emilia se sentaba a mi lado.

Tenía que ser sincero, y mis ganas de abrazarla eran tantas que de repente, una sensación inquietante recorrió todo mi cuerpo.

—Entonces, ¿Qué me querías decir?—hablo, con un poco de nervios.

La Emilia bota aire y no me responde, solo se queda viendo la alfombra, como si yo no estuviera a su lado. En ese momento, supe que probablemente era lo que me dijo el Marco, por lo que la pequeña ilusión que seguía encendida dentro de mí se fue apagando de forma lenta, aún con un poco de esperanza.

—Pablo.—dice, removiéndose para luego mirarme por fin.

Conecto mi mirada con la suya y no había ningún brillo en sus ojos, tampoco me veía de la forma en la que lo hacía cuando nos dimos nuestro primer beso. No tenía ninguna expresión en su rostro y eso me frustraba.

 —Tú... tú me gustai caleta.—vuelve a hablar de forma suave.—Me gustas mucho.—susurra.

Tenía muchos nervios en este momento y hablar más de la cuenta no era algo oportuno, por lo que decido no decir nada, solo respondo con un asentimiento de cabeza mientras espero que el nudo en la garganta desaparezca por arte de magia.

—Pero... siento que fuimos muy rápido.—murmura con los ojos un poco brillosos.—Y con lo que pasó el viernes pasado me di cuenta que somos muy distintos.

Todo eso lo dice muy rápido, casi trabándose. Apenas termina de hablar, la presión en el pecho aumenta al igual que mis ganas de llorar o por lo menos de botar alguna que otra lágrima, pero no iba a hacerlo, no frente a la Emila. A pesar de que me haya visto más veces de las que me hubieran gustado.

—¿Qué fue lo que te molestó?—pregunto, pasándome la mano por mi pelo para después bajarla lentamente hacia mi cuello.

—Nada, solo que me di cuenta que no somos iguales, Pablo.—responde, volviendo a removerse y apoyando uno de sus codos en el respaldo del sillón. Traga saliva y suspira de forma leve.—Pensamos de forma distinta, estamos en diferentes sintonías...—me sorprendo un poco al escuchar lo último.—Siento que no vamos hacia ningún lado.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora