Día domingo y me levanté sin ganas de hacer nada, era insoportable lo que sentía y no quería sentirlo más porque no me agradaba en lo absoluto.
Algo bueno de este día, es que el Félix me había invitado a su casa a almorzar, y cuando le conté lo que pasó con la Emilia y como me sentía al respecto, insistió hasta llegar al punto de llamar a mi mamá para que lograra convencerme. Y no es que no quisiera ir, todo lo contrario, pero viajar una hora y media para allá no era algo atractivo para mí. En lo absoluto.
De igual forma, ya iba llegando a la casa del Félix y apena veo el portón, toco el timbre. Podría mandarle un mensaje, pero cargar mi teléfono para obtener redes sociales no era una opción viable para mi mamá, con suerte pagábamos el wi-fi para así poder hacer mi trabajos.
Segundos después veo al Félix salir de su casa y al parecer se encontraba solo, porque los autos de sus papás no estaban.
—¿Cómo estamos?—pregunta, moviendo sus cejas, esperando a que responda.
—¿Bien y tú?—respondo al momento en el que él abre la reja. Entro y nos damos un abrazo a modo de saludo.
Cuando nos separamos el cierra la puerta y comenzamos a caminar hacia la puerta principal.
—Normal.—contesta.—Oye, para tu tranquilidad, mis viejos no estarán hoy, así que podís estar tranquilo.
Lo veo y sonrío de lado, para luego botar aire,
—¿Y la Esperanza? Hace caleta que no la veo.—ante mi pregunta él niega con la cabeza y frunzo el ceño.
—Tampoco, está teniendo problemas con su hijo así que tiene libre.—dice mientras entramos a su casa.
Hace tiempo que no la veía tan ordenada, porque las últimas veces que he venido siempre hay gente y la última vez en la que nos quedamos solos, había mucho desorden.
—Igual prefiero que no venga.—comenta cerrando la puerta.—Así descansa de los desagradables de mis papás.
—¿Son muy pesados?—pregunto haciendo una mueca, recordando que el Félix siempre alegaba contra ellos por eso.
—Como siempre.—se encoge de hombros.—Vamos a la cocina, estaba pensando en cocinar algo, ¿o preferís delivery?
Me quedo un poco anonadado al escuchar salir esas palabras de la boca de mi amigo. Era el Félix, odiaba cocinar y aunque por mucho tiempo intentó hacerlo, nunca le resultó porque todo lo que hacía le quedaba insípido, así que decidió rendirse y su motivación se fue a la mierda.
—¿Y qué bicho te picó a ti?—pregunto cuando comenzamos a caminar hacia allá.
No me responde hasta que llegamos a ella. Escucho como suspira y luego veo que se sienta en la uno de las sillas al mismo tiempo que me mira con desinterés.
—No me picó ningún bicho ¿Por qué?
—Porque odiai cocinar y estás sugiriendo que cocinemos.—respondo de forma obvia caminando por toda la cocina.
—La odiaba, corrección.—levanta su dedo indice y lada su cabeza.—estoy intentando reconciliarme con ella.—asiento con la cabeza y me meto las manos a los bolsillos de mi pantalón.—Ya po, qué preferís.
Se pone de pie y camina hacia un mueble, se agacha y lo abre para luego verlo por varios segundos.
—Me da igual, Félix.
—Mira, podemos hacer tallarines con salsa de tomate.—propone mostrándome un paquete de fideos. Como respuesta yo asiento con la cabeza.—Si no te convence... arroz.—me mira con las cejas alzadas y yo arrugo mi nariz, no muy convencido por esa opción.—No, ¿cierto? ya entonces fideos.
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Ni tan zorrón
Teen FictionEl cambio de casa y de ambiente obligan al Pablo a que salga de la burbuja de ignorancia en la que ha vivido durante toda su vida. También debe enfrentarse a las inseguridades que siempre lo persiguieron y, como no, al amor.