Capitulo 23

1.1K 85 34
                                    

Para ser casi inicios de mayo, había sol, ese sol agradable con el que te sientes acompañado porque podis estar toda una vida bajo él pero nunca te dará calor.

Mi abuela me había despertado especialmente para ir a comprar pan y no la perdonaba porque eran recién las nueve. Estoy seguro que es un tipo de castigo por hacerla pasar rabia estos dos últimos días.

Primero, pasó lo de la marcha y ayer en la tarde lo del Félix curao. Aunque eso no le molestó tanto, de hecho se cagó de la risa, pero igual hubo un momento en el que me miró con cara de querer pegarme un grito.

Lo primero que hago al entrar a la casa es colgar las llaves y mirar hacia el comedor automáticamente, encontrándome con el Félix bañado, usando ropa que no es de él y mirando fijamente el mantel.

—Despertaste.—hablo, llamando su atención.

Se sobresalta y me mira con culpa mientras logra hacer una mueca. Mi mamá sale de la cocina con el hervidor en la mano seguida de mi abuela, quien sostenía un sartén gigante con huevos.

—Cuidado que está caliente.—murmura mi mamá sirviendo el agua en cada taza.—¡Rafa!—grita y luego me mira.—Ya, Pablo siéntate.

Apenas me mira y se sienta al lado de mi abuela, quién escudriñaba el rostro del Félix con bastante detenimiento. Sabía que la actitud de mi mamá era por la marcha, ella sí que estaba furiosa y no podía hacer nada para que me perdonara, por lo menos durante el fin de semana.

Dejo el pan en el centro de la mesa, me siento al lado de mi amigo y a los minutos baja el Rafa, también bañado y bastante perfumado. Tanto que mi primer instinto es taparme las narices, pero me abstengo de inmediato.

Se echó un litro de axe. Qué asco.

—¿Llamaste a tus papás, Félix?—pregunta mi mamá, para luego pegarle un mordisco al pan.

—Eh... No, pero no importa.—responde, aún sin hacer ningún movimiento, a parte de morderse el labio.—Deben estar preocupados de otras cosas.

Se encoge de hombros y me mira de reojo.

—¿Eris de los amigos... cuicos del Pablo?—pregunta el Rafael.

Frunzo un poco el ceño ante el tono que utilizó al hablar, pero realmente no me sorprende, porque a pesar de conocerlo hace poco había cachado que era un poco directo para todo.

Tenía una vibra muy parecida a la del Marco, con la excepción de que el Rafael no me caía mal.

—Si.—respondió el Félix.

—¿Y cómo mierda llegaste de allá hasta acá, curado?—volvió a preguntar, esta vez con un poco de gracia para después darle un sorbo a su café.

—Mi niño, coma que me pone nerviosa.—dice mi abuela con un tono suave y mirando al Félix con una sonrisa acogedora.

Le hace caso y toma un trozo de pan para luego empezar a echarle mermelada y jamón. Nunca he logrado entender como esa mezcla puede ser su favorita.

—En micro.—se encoge de hombros.—y cuando llegué acá llamé a la Ale...

Le echo una mirada y puedo notar un poco de incomodidad en su rostro. Confirmando un poco más mi sospecha.

Luego de que recibió un par de retos por parte de mi mamá, comenzaron a hablar de cualquier estupidez que a mi no me interesaba en ese momento porque mi atención estaba pegada en cada movimiento del Félix; ¿Que estaba raro? de eso no cabía duda, él no suele estar así de callado frente a las personas. Él es extrovertido. Pero ahora había logrado convertirse en mí.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora