Capítulo 35

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—No sé, Bárbara, no han dicho nada sobre las actividades que pueden hacer para juntar plata...—escucho a la profe con los ojos medios cerrados y mis brazos cruzados.

Estábamos en consejo de curso y no me podía importar menos el tema de conversación. El cual al parecer se trata de las actividades que harán en los próximos meses. No me importaba aportar o entender de qué se iban a tratar porque no tenía ningún interés de ir. Además, el Jeremías tampoco iba y él era mi único amigo del curso, los otros no me importaban. Lo veo de reojo y noto que seguía durmiendo con la capucha del polerón.

Suspiro un poco impaciente por querer salir al recreo, consciente de que faltaban muchos minutos para hacerlo. Por lo menos, ya no cargaba con el peso de estar alejado de todos, o sea, de la Emilia y eso me dejaba tranquilo. La conversación que tuvimos el lunes pasado había sido un antes y después en nuestra amistad. Sentía que ahora éramos mucho más unidos que antes y tal vez, esa discusión y distancia que tuvimos todos fue lo mejor.

De repente, alguien abre la puerta sin que nadie se lo espere, llamando la atención de todos y provocando que la profesora frunciera el ceño, molesta. Era el Marco, quien se notaba agitado y preocupado a la vez.

—Rojas, a usted no le enseñaron a golpear la puerta parece.—dice la profe, acercándose a él con los brazos cruzados.

—Perdón profe, pero...—habla rápido y me mira de forma fugaz.—necesitan al Pablo Bustamante urgente en la oficina.

Cuando mi nombre sale de su boca no puedo evitar fruncir el ceño y verlo con confusión.

—¿Qué onda?—escucho a mi lado. Era el Jeremías, quien se notaba recién despertado.

—Necesito el papel en donde diga eso.—contesta la profesora, bastante reacia a permitirme salir.

El Marco hace un gesto de cansancio y le da una mirada de súplica.

—Profe, esto es serio, de verdad.—se remueve y luego me ve.

—Ya, Bustamante, vaya.—apenas escucho eso, me pongo de pie y antes de que pudiera seguir caminando, el Marco me dice que lleve mis cosas.

Ahí es cuando comienzo a sentir la real preocupación y una sensación que hace mucho no sentía me invadió. En el momento en que salgo de la sala, camino de inmediato hacia la oficina con el Marco a mi lado.

—¿Qué pasó?—pregunto. La verdad es que no quería saber la respuesta, pero tampoco soportaba la intriga.

—Yo estaba esperando a la inspectora y de repente llegó un caballero... preguntó por ti y como que la secretaria se puso nerviosa.—en ese momento caigo en cuenta de todo y quiero dejar de caminar, pero no puedo.—Le dijo que él no tenía autorización para verte y el caballero empezó a tratarla como el hoyo y ya después de harto rato, me mandó a buscarte.

No contesto nada, solo trago saliva y me preparo mentalmente para ver la cara de mi papá después de meses de no hacerlo. Nervios me sobraban y sentía que en cualquier momento me moría.

Bajo las escaleras y apenas piso los últimos escalones veo su espalda; Estaba de traje, como siempre, y su pelo estaba cubierto de ese gel que él me obligaba a usar cuando niño.

—¿Sabiai que yo tengo los medios suficientes para hacer que te echen?—le estaba hablando a la secretaria, quien permanecía en su asiento evitando su mirada con el ceño fruncido.

—Cuatico.—escucho murmurar al Marco a mis espaldas.

Camino hacia él de forma lenta e insegura, queriendo salir corriendo.

—¿Qué cresta haci acá?—digo lo primero que viene a mi mente.

En ese momento, se da media vuelta y cuando me ve, levanta ambas cejas, sonriendo levemente. Era esas sonrisas que me daba cuando quería convencerme de algo o cuando me quería pedir perdón.

Ni tan zorrónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora