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"Lost the game"


CLAIRE.

«No voy a esperarte toda la maldita noche, Langford».

Eso fue lo último que él susurró cerca de mis labios, antes de largarse del edificio. Lo hizo de mal humor, yéndose primero que yo para hacer no sé qué mierda.

Catorce minutos más tarde...

Estoy frente a las puertas del ascensor privado, justo cuando el tiempo de espera que estipuló al salir de su otro edificio está por reflejarse en la pantalla de mi móvil. Ni un minuto más ni un minuto menos. Entraré justo a tiempo, solo para irritarlo porque odié el tono demandante que utilizó para dirigirse a mi.

Más que una sugerencia, lo sentí como una amenaza.

El británico ya es todo un hombre de negocios, por lo poco que sé. Y si algo he aprendido del mundo en el que crecí es que los hombres como él detestan los contratiempos y a las personas que tienen el descaro de llegar a último minuto. Estoy segura de que debe estar con la mirada clavada en su rolex, valorando su tiempo y contando los segundos de mi demora.

Camino por el penthouse como si de mi propia casa se tratara. Observo el espacio con detenimiento. No finjo que no me importa la costosa decoración, quien haya sido el encargado de decorar el interior hizo un buen trabajo.

Para nada me sorprende que Maxwell truene los dedos y ya tenga a su disposición otros lugares más, listos para usarlos cuando se haya aburrido de este. Incluso si eso sucede en cinco minutos.

Teniendo una fortuna como la suya ya nada debe satisfacerlo.

Recorro la enorme sala donde me encuentro con un hermoso candil de diamantes colgado justo al centro, y ahora ya no son los brillantes lo que me sorprenden. En realidad, es la gigante luna llena expuesta por detrás.

En este lugar, sin duda, se puede encontrar la mejor vista de toda la ciudad. Nueva York de noche es una satisfacción total.

Las puertas corredizas de vidrio están abiertas dando acceso al enorme rooftop que conecta con el salón y no solo me obsequian una impresionante perspectiva urbana. Mi sonrisa traviesa sale a relucir cuando doy con Aaron.

Sus manos están posadas sobre el borde de la barandilla, provocando que sus músculos se tensen. Admiro su atlética espalda mientras resueno con fuerza el tacón de mis botas contra el suelo.

Noto como se remueve inquieto antes de encararme. Y la intensidad no tarda en añadirse al ambiente. No me importa que su actitud no sea complementaria de mi diversión.

Ensancho mi sonrisa al captar su azul. Sus ojos me encaran molestos, pero aún así se atreve a escanear mi cuerpo a medida que comienzo a acercarme, me recorre las piernas largas cubiertas por las botas y curiosamente mi vestido se ha subido más de la cuenta por mi muslo.

Él se aleja de la barandilla de cristal, entra al salón con prisa y deja su trago sobre la barra.

—Qué lugar tan pintoresco... —Ni siquiera he terminado de hablar cuando pega mi pecho a su musculoso cuerpo. Frena mi acción de ir al exterior para explorar el lugar. Él, más bien, quiere ser quien explore otros lugares. Mientras su mano izquierda me retiene envolviendo mi cintura, la otra se encarga de retirar el cabello que obstruye mi perfilado rostro. Luego su pulgar recorre mi labio inferior ligeramente—. ¿Qué tenemos aquí? Una bestia impaciente.

Arqueo mi ceja, respondiendo a mi misma.

Y el británico no demora en mostrarme su típica sonrisa engreída.

HUIDAS Y MENTIRAS (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora